Respuesta: no… Al menos eso me inclino a pensar.
Porque la cuestión es ¿cómo?

De acuerdo: es cierto que separar al artista de la obra es un ejercicio que sí ocurre con frecuencia pero no como se suele creer; cuando suponemos que ocurre usualmente pensamos en la llamada cultura de cancelación.
Hace un par de semanas hablaba de la necesidad de desidealizar a esas figuras que tanto admiramos para, entre muchas razones, se evite caer en la defensa de los injustificable; porque el peligro no solo es eso, sino la inclinación silenciosa hacia discursos conservadores.
Una de las herramientas que más comúnmente se utilizan en este aferrarse a una figura, ha sido la supuesta separación del arte-artista. El planteamiento es sencillo: el que vea, lea, escuche o consuma alguna forma el arte, no implica que esté apoyando al artista. Es decir, la pieza se desprende de su creador(a), y en particular, de su vida personal y polémicas, porque así se decide.
Seguimos leyendo las novelas de J.K Rowling o esperando la nueva adaptación de las aventuras de Harry Potter, dejando de lado la peligrosa transfobia de la autora, avalada por grupos trans excluyentes. Lamentamos lo ocurrido a las víctimas de abuso sexual de Neil Gaiman, pero no se deja de pensar en las adaptaciones de sus series o en volver a ver Coraline en los cines. Hay emoción por el anime de Rurouni Kenshin, aunque se es consciente de su arresto por posesión de pornografía infantil. Y más ejemplos innumerables.
Y es que… estamos separando …¿o no?
Varias cuestiones se entrelazan y reflejan la complejidad: ¿Hasta cuándo podemos permitirnos ver y no ver? ¿Cuál es el límite que nos ponemos para ignorar o pretender que una cosa no involucra la otra?
Pretendiendo que no existe
Aunque ya he visto menos la recurrencia a este término, la separación del arte del artista solía compaginarse con la muerte del autor. Para separar una obra de su creador, algunos solían referir a la “muerte” de dicho artista: hay que “matar” al artista (de manera figurativa!, aclaro) y, de tal manera, librar al texto o pieza y “disfrutarlo” sin remordimientos.
Desde lo expuesto por Roland Barthes, un crítico literario y filósofo, la muerte del autor implicaba separar la intención autoral de su obra, dando prioridad a la relación de esta con el lector. En otras palabras -y sin ahondar demasiado en su propuesta- el texto se divorcia de su creador, para que el lector interprete el texto en sí mismo sin apoyarse en las referencias biográficas de quien lo escribió.
Las intenciones autoriales no importan sino únicamente lo ya establecido en el texto y las conclusiones que el lector pueda dar basadas en sus propios conocimientos, valores e ideología. Todo ello con intenciones interpretativas.
Pero…este argumento se extendió hasta problemas éticos más allá de la ficción. Al menos en los discursos actuales generados en redes, plataformas, entre fandoms y fanáticos.
En la crisis de tantas figuras públicas siendo develadas como personas intolerantes y anti derechos -ya que las herramientas de redes han permitido que esto se pueda visibilizar-, se genera la urgencia de justificar sea al creador o el consumo libre de una pieza que representó tanto para nosotrxs… y es comprensible.
En el ejercicio de separar al artista, tratamos de olvidar la existencia del mismo, porque no nos conviene y no compete con nuestra ética y valores. Sin embargo aquí hay una gran contradicción.
¿Hasta dónde consumir?
El tratar de separar al artista de algo que en su momento disfrutamos, valoramos o queremos, es una reacción natural. Pero siendo conscientes de las acciones, declaraciones o incluso delitos de estos creadores, parece o debe ser imposible leer, escuchar o ver sin tener en cuenta lo ocurrido.
Olvidemos un momento las polémicas, señalamientos o denuncias: cuando se es dado a conocer algún detalle del artista, sea de su vida privada, o de algún evento reciente o situación relacionada a este, muchas veces recurrimos a preguntarnos ¿de qué manera esto repercute en la obra? o si de alguna manera puede estar entrelazado. Nuestra perspectiva es, muchas veces, influenciada por estos eventos.
Tantas personas han expresado que no poder volver a leer o ver algo pensado en lo ocurrido e interrumpido su cariño con aquella pieza.
La única forma de separar el arte del artista, pienso, es en el ámbito de interpretación, concentrados en el texto (y aún así, desde los estudios literarios y otras perspectivas, podrían diferir severamente).
Decir “lo consumo…PERO no apoyo al creador” es contradictorio pues consumir es, directa o indirectamente, apoyar. Ahora bien, a veces no se puede escapar de ese consumo por la manera en que este se ha masificado o normalizado, pero sí existen formas de apreciación sin que esto continúe generando ganancias o plataforma al autor (…sabrán a qué formas me refiero).
Al final es simplemente ser abiertamente conscientes y no excusar al creador, porque lejos de separar, solo nos resguardamos de los señalamientos y solapamos sus acciones aunque no sea nuestra intención.