febrero 26, 2025 8:05 pm
febrero 26, 2025 8:05 pm

Pocos huehues para tantos diablos: El Carnaval en Huauchinango

Por Jonathan Lechuga Garrido

Facultad de Filosofía y Letras – BUAP

«Muy temprano por la mañana, recibo la llamada de otro de los capitanes. Ha ocurrido un asesinato cerca del sitio donde nos reuniremos más tarde y, en ese momento, no sé cómo reaccionar».

Durante poco más de ochenta años, la Sierra Norte de Puebla ha sido la casa del que hoy se considera el segundo carnaval más grande del estado. Sin embargo, sus orígenes remiten a un pasado menos estruendoso, donde Zacamila y La Cumbre —dos de las comparsas más longevas en el sitio— convocaban apenas a cincuenta enmascarados.

Por sus características y su historia, los «huehues» de Huauchinango simbolizan una manifestación particular en el vasto mundo de las representaciones carnavalescas. Combinando elementos de la cosmogonía nahua y de la tradición cristiana, han sabido conservar la mística del rito primario, aunque el aparato ideológico que lo sostiene siga sufriendo estragos debido al tiempo y a la expansión gradual del festejo.

En este sentido, narrar mi experiencia como participante cubre dos grandes huecos: Primero, la fijación del estado presente del ritual; enseguida, mi desdoblamiento en la otredad, que tuvo la oportunidad de trascender del «no – ser» al «ser»,  aunque solo haya sido durante un corto período de tiempo.

Primer día

Son apenas las seis de la mañana. Es sábado, diez de febrero del año en curso. En esencia, he dormido cerca de tres horas, porque la repartición de los trajes llevó más tiempo de lo esperado. Siendo capitán de mi comparsa, tuve que encargarme de otros detalles a comparación de ocasiones pasadas, donde era un integrante sin rango.

Por fortuna, desde hace días tengo lista mi máscara y también mi peluca, además del collar de perlas que le pedí prestado a una amiga. Ya en casa, mi mamá me compartió uno de sus anillos, cuyo diseño —igual de perla— combina a la perfección con todo el conjunto. Del otro lado, mi hermana me ayuda con los huecos de la capucha, para que pueda ver y respirar sin complicaciones debajo de la máscara. Yo, por mi parte, busco un par de tenis viejos, porque sé que después de los cuatro días siguientes terminarán tirados en la basura. Después de un ajuste y de otros más, mi traje está completamente listo.

Al finalizar el desayuno y antes de colocarme cualquier pieza de la indumentaria, mamá me da su bendición, sabiendo que mi participación conlleva cierto peligro. Desde hace años, al menos un participante o un espectador fallece durante los cuatro días del festejo, atribuyéndose su desaparición al deseo de sangre propio del rito. Se cree que es culpa de los aires malignos, entes incorpóreos que durante este período tienen total libertad de introducirse en las personas y hacer que cometan toda serie de actos negativos. Yo, consciente de este hecho, inclino mi cabeza y recibo la protección materna, a expensas de lo que indique el destino.

Una a una, las partes del traje van dando forma a La Rubia, nombre con el que la comunidad ha bautizado a mi personaje. Sus característicos rizos dorados llaman la atención desde lejos, porque en la actualidad pocos siguen usando peluca o una máscara con rasgos marcadamente femeninos. 

En el origen de la tradición, era frecuente ver rostros variados, desde muñecas y luchadores hasta personajes de terror, como hombres–lobo, demonios y el famoso Látigo negro, un hombre vestido en su totalidad con prendas oscuras y cuyo símbolo característico era el alargado «chicote». 

Dada la dualidad ideológica que recubre al carnaval de Huauchinango, el uso de este peculiar artefacto recibe dos explicaciones: para la tradición cristiana, remite al castigo sufrido por Jesús antes de ser juzgado y crucificado; para el artefacto cosmogónico nahua, es un elemento de limpia, que al mismo tiempo anuncia a los aires malignos que los huehues están cerca y vienen a recolectarlos. 

Si bien, el uso del chicote ha mantenido vigencia en el rito, ya no es frecuente que sea portado por el Látigo negro. Actualmente, cualquiera que tenga la habilidad puede utilizarlo, siempre y cuando no ponga en peligro la integridad de los participantes ni mucho menos la de los espectadores. Sea como fuere, es momento de salir a la calle.

Después del calzado viene la camisa, que se ajusta en la falda gracias a una fajilla que hace juego con los colores del traje. Luego vienen los accesorios, complementados con un poco de perfume. Me coloco capucha, máscara, peluca y sombrero en ese orden. Finalmente, es momento de que La Rubia salga de mis adentros. Nadie a excepción de mi familia puede saber que soy un huehue, es por ello que la personificación debe comenzar incluso antes de salir de casa. El rito exige anonimato y yo lo respeto. Esa es la regla.

Todavía no llego al lugar donde se reúne la comparsa y ya puedo sentir las gotas de sudor que escurren por el plástico de mi máscara. El día está bastante soleado, síntoma de una jornada extenuante, pero carente de sobresaltos. 

Desde lejos, puedo ver a Marcos y también a Ricardo, amigos de bastante tiempo con los que comparto la capitanía este año. A los tres nos une el gusto por el carnaval, además de un gran cariño y profundo respeto.

Después de externar un agradecimiento y pedir por todos los participantes, la banda comienza a tocar el son de «La culebra», canción introducida hace más de cuatro décadas por La Cumbre y que marca el inicio de las festividades en el municipio. 

Son las nueve de la mañana y los más de trescientos huehues que integran la comparsa estamos listos para salir a bailar. A partir de ahora, ya no soy Jonathan. Es más, no me es permitido serlo. Durante los siguientes cuatro días, La Rubia es la encargada de tomar decisiones, sea que estas nos ayuden o nos perjudiquen. Ese es el precio del desdoblamiento.

Poco a poco, vamos recorriendo algunas de las colonias que integran la ruta del día. Los tesoreros se encargan de pedir cooperación a la gente y cuando se nos indica, danzamos afuera o adentro de las casas, según sea el gusto de los dueños. Muchos de nosotros invitamos a bailar a la gente, «limpiándola» de sus malas energías y, al mismo tiempo, divirtiéndonos con ellos. 

Cerca de las dos llegamos al sitio en donde será la comida. Solo en ese lugar está permitido quitarnos la máscara y descansar un poco antes de continuar con el resto del recorrido. Como capitanes, mis amigos y yo somos los encargados de repartir los alimentos a los demás integrantes, incluso estando igual de cansados que ellos.

Después de asegurarnos que todas y todos están comiendo, podemos sentarnos a hacer lo propio para no sufrir algún percance. Terminada la comida y recogidas las mesas, agradecemos a quienes hicieron el favor de obsequiarnos los alimentos. 

Poco a poco, las máscaras vuelven a nuestros rostros y cerca de las cuatro, debemos seguir. Ahora, el recorrido nos conduce hasta el centro del municipio, donde nos presentamos con las demás comparsas en la explanada de la escuela Carlos Ismael Betancourt, famosa por su antigüedad y su gran capacidad. 

Una a una, cada comparsa ejecuta sus bailes y el colorido de sus trajes es admirado por miles de personas, que se unen al festejo con suma alegría. Al ser los últimos, nuestra participación terminó cerca de las diez de la noche. Cansados pero satisfechos, estamos listos para volver a casa.

Segundo día

En ocasiones, las coincidencias rebasan por completo el espíritu lógico. Se posicionan más allá de la mente, siendo imposible para el ser humano darles una explicación a través de conceptos o interpretaciones. Su peculiaridad nos rebasa, estribando en ello su virtud o su defecto, como en este caso.

Muy temprano por la mañana, recibo la llamada de otro de los capitanes. Ha ocurrido un asesinato cerca del sitio donde nos reuniremos más tarde y, en ese momento, no sé cómo reaccionar. Pocas horas después, un sitio local de noticias comunica lo siguiente:

Los hechos se registraron la madrugada de este domingo cuando se reportó la presencia de un hombre inconsciente debajo del Puente Vehicular Huauchinango sobre la calle Gregorio A. Salas, por lo que paramédicos de la Cruz Roja acudieron hasta el lugar. Lamentablemente, el hombre ya no contaba con signos vitales debido a las heridas provocadas directamente en la cabeza, lo que le habría quitado de forma inmediata la vida de manera violenta. No hay paso en el lugar debido a los trabajos que se realizarán para el levantamiento del cadáver. Evita la zona.

Al comentarlo con mi familia, poco o nada podemos añadir a este hecho. La incertidumbre nos coloca en una posición complicada, incluso cuando conocemos de antemano las implicaciones del carnaval. Evidentemente, somos presas de algo más grande que nosotros mismos. Me coloco de nueva cuenta el traje, no sin antes recibir la bendición de mi mamá y sus amorosos consejos. Es momento de cuidarme el doble, porque Jonathan y La Rubia deben volver a casa sin contratiempos.

Reunido con mi comparsa, puedo sentir el ambiente tenso y marcadamente consternado. Los capitanes damos consejos a todos los integrantes y cerca de las diez, debemos comenzar el recorrido por la ruta del domingo. El día transcurre con calma mientras visitamos varias casas y, al mismo tiempo, nos colamos en diferentes fiestas para revitalizar el ambiente. Se me llama de varios lados, para tomarme fotos y bailar con los esposos de diferentes señoras, quienes nos miran con alegría pidiendo arrumacos más allá de lo propio. 

Lastimosamente, La Rubia no es presa fácil. Fiel a su estilo, se escapa para seguir bailando en otro sitio, no sin antes mandar besos a todos sus admiradores y agradecer desde sus adentros por tanto cariño. Como lo hicimos el sábado, después de la comida debemos seguir bailando hasta llegar al centro del municipio. En esta ocasión terminamos más temprano, siendo mis pies los más agradecidos después de casi diez horas de baile y caminata continua. 

Vuelvo a casa y nuevamente, mi mamá me recibe con sumo cariño. De nueva cuenta, las fuerzas que están por encima de mí han permitido que vuelva con mis seres queridos y yo, conectado con ellas, les agradezco por tan generoso regalo. 

Hasta ahora, he cumplido ya con la mitad del rito.

Tercer día

Siendo Huauchinango un sitio tan enigmático, no me sorprende que el clima haya cambiado radicalmente. Ayer estábamos cerca de los treinta grados y hoy, rondamos apenas los diez. La neblina y la lluvia hacen acto de presencia, pero es mi responsabilidad salir para continuar con lo que empecé la mañana del sábado.

Desde hace más de quince años, el lunes se reserva para realizar el ahora tradicional desfile de carnaval, convocando a todas las comparsas en un recorrido controlado que dura cerca de seis horas. Pese a ser una actividad extenuante, el cariño y la alegría de la gente aligeran bastante el cansancio acumulado, al que se ha sumado un clima complicado en muchos sentidos. 

A pesar de ello —y con la ausencia de bastantes integrantes que optaron por no acudir al encuentro—, todo comenzó cerca de las cinco de la tarde tal como estaba previsto. Poco a poco fui olvidando los pesares físicos, convirtiendo mi baile en un espectáculo que fue documentado no solo por la gente, sino también por los medios locales y nacionales que se dieron cita el día de hoy.

Cerca de las nueve, el recorrido finaliza. Como en años pasados, mis amigos y yo sentimos una tristeza muy grande, porque sabemos que todo está por terminar, incluso cuando todavía nos resta un último día de baile. Con la falda mojada hasta las rodillas y el tenis izquierdo sin la mitad de su suela, regreso a casa para reponer energía. Mañana es el último día, pero también el más curioso y el más complicado.

Cuarto día

Por razones diversas, el martes se considera un día «fuerte». Es el tiempo de los ritos, pero también de la brujería y de las curaciones. Y si a ello sumamos un «13» en el calendario, se obtiene una de las fechas más temidas por la gente común, pero una de las más apreciadas para quienes se dedican al trato con las fuerzas desconocidas. 

En el caso de un huehue, simboliza el término de su travesía dual. Despojado de la indumentaria, vuelve a ser una persona común, que vive y realiza sus actividades de forma ordinaria. El martes se desprende de su otredad, nacida, permitida y oculta gracias a la intervención de la máscara.

Después de un último recorrido por el centro de la ciudad, nuestra parada final es el mismo sitio en donde comenzamos el baile del sábado. Aquí se hará la tradicional «descabezada», que ha sabido redireccionar su camino y reinventar el centro que sostiene y da sentido a todo el aparato ideológico del carnaval. 

Las gallinas, que hasta hace unos años eran sacrificadas para «saciar el hambre de sangre que buscan los aires malignos», son sustituidas por pollos de hule, conservando la misma finalidad simbólica que sus antepasados vivos. En tanto herramientas para el ritual, el funcionamiento que se les atribuye es el mismo, justificándose así su cambio y renovación.

Reunidos en un círculo y con el ave colgando en el centro, es momento de comenzar el acto. La banda comienza a tocar el «Xochipitzáhuatl» o «Danza de la flor menudita», canción cuyo uso es exclusivo de las celebraciones religiosas. Uno a uno, los integrantes tratamos de quitarle la cabeza al pollo, dando vueltas en torno a él y festejando cuando alguien lo logra. 

Después de dos intentos, soy uno de los afortunados en alcanzar la meta y me siento satisfecho por contribuir positivamente al rito. En total, son siete los pollos sacrificados y luego de un breve descanso, es momento de revelar nuestra identidad. Para este momento de la noche, nuestra banda toca por última vez «La culebra» y poco a poco, todas y todos nos quitamos la capucha para salir del anonimato.

Después de cuatro largos y divertidos días, Jonathan toma control de la pugna dual y al quitarse la máscara, La Rubia desaparece en sus adentros. Todo está terminado. 

La liberación y el desenfreno permitidos en mi desdoblamiento son expulsados en el momento del último baile. Ya no soy La Rubia y, como sucedió con Jonathan en su momento, no me es permitido habitarla de nuevo. Otra vez, ha pasado del «ser» al «no–ser», esperando su tiempo hasta la próxima fiesta de carnaval.

Terminadas algunas bebidas, llego de nueva cuenta a casa. Es momento de preparar mis maletas, porque mañana debo viajar a la capital para retomar mis actividades universitarias. Se me ha permitido vivir un día más, incluso cuando hace algunas horas estaba a merced de fuerzas desconocidas. Si ellas me corrompieron o no, solamente lo sabe La Rubia. Habrá que esperar un poco de tiempo antes de poder preguntarle.

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