Un camino de cempasúchil van dejando al menos una veintena de pasos en las calles del Centro; ya no es Día de Muertos pero mujeres y niñas piden que las puertas del Mictlán continúen abiertas: “nuestras compañeras asesinadas están aquí”, pronuncian desde los megáfonos.
Un día después del 2 de noviembre, el luto parece perpetuo pero la lucha no marchita, no decae ni muere. Por 14 ocasión las “putas”, en Puebla, salieron a apropiarse de los espacios que siempre les son arrebatados por la violencia. Así lo hicieron, y junto a las denuncias existió el acompañamiento de aquellas que jamás serán olvidadas.
La Marcha de las Putas avanzó después del mediodía, arropando a la familia de Paulina Camargo; la música de la Batucada Lenchamana rodeando a todas, junto con las flores amarillas, y alzando las palabras de exigencias y el expresar de las voces acalladas y los cuerpos censurados, criminalizados y deshumanizados.
La palabra “puta” ya no debería ser más un adjetivo despectivo y ni revictimizante, recordaba la movilización, que recorría reinventando y resignificando desde el lenguaje hasta las composiciones más populares. Desde estas expresiones se entrelazaron los gritos de justicia y la expresión.
La llorona, esa melodía que tanto se tararea en octubre y noviembre, se volvió un canto antipatriarcal: la pieza fue reinterpretada con los tambores y las jaraneras que también decidieron acompañar la marcha. Así también “La Bruja”, “Hasta la Raíz” y “Beso en la boca”.
“Todos me dicen, feminazi, llorona, porque yo lucho”, remarcaron los baquetas. “Somos como esas abuelas, llorona, que luchan por dignidad”.
Al llegar al zócalo de Puebla, y mientras más canciones eran compartidas ante miradas curiosas y otras atónitas o indiferentes, una ofrenda fue colocada sobre las letras de Puebla, a un costado de los ornamentos turísticos, colocados por un gobierno indiferente a las violencias machistas.
El aroma a incienso y la cera resbalando de las velas, abrazó las pancartas y las hojas con nombre de víctimas de desaparición y feminicidio. Paulina, Amada, Alison, sin nombre…todas acompañaron las acciones de las activistas, madres, hijas, trabajadoras sexuales, y más.
Cuando el atardecer comenzaba a caer junto con las hojas de los árboles, el micrófono abierto permitió que se acrecentaran los señalamientos, para hacer más visibles las historias desde la poesía o la lectura de la expresión escrita.
Antes de eso, un performance representó la furia, la indiferencia política y social y la indignación, transformada en un recordatorio eterno: “las mujeres que asesinaste nunca morirán”.
“Las asesinadas no han muerto, las seguimos nombrando, y las recibimos con abrazos”