En un auditorio de la BUAP-rodeado por los rostros de los 43 normalistas de Ayotzinapa-la fundadora de Voz de los Desaparecidos, personas solidarias, estudiantes y forenses en formación establecieron un diálogo en el que se visibilizó la urgencia en Puebla de que haya profesionistas dedicados a la identificación humana.
El colegio de la facultad de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) alberga el auditorio Elena Garro. Lugar en el que este 16 de octubre familias buscadoras, personas solidarias, académicos y estudiantes de Ciencias Forenses, criminalística y lingüística establecen un diálogo sobre la desaparición en México «Personas desaparecidas. Del análisis a la vivencia». Afuera, en las paredes, se observan los rostros de los 43 normalistas de Ayotzinapa que han permanecido una década sin ser localizados.
Adentro, el auditorio está lleno, en su mayoria se observan jóvenes con uniformes guindas con la leyenda «Ciencias Forenses Buap». Al frente un bote amarillo con un logo blanco «Voz de los desaparecidos», tras él la fundadora de este colectivo la Maestra María Luisa Nuñez ,resguardada por la fotografía de su hijo Juan de Dios, enuncia una pequeña parte de su historia: «Yo encontré a mi hijo en una fosa clandestina». Juan de Dios fue localizado cinco años después de su desaparición para ese entonces María Luisa ya había fundado el colectivo Voz de los desaparecidos y tras un plantón de 45 días lograron la aprobación de una ley local en materia de desaparición de personas. Una realidad que en Puebla no se nombraba.
«No se hablaba de la desaparición de personas en Puebla, parecía que hablabamos de un México muy muy lejano»
María Luisa lo nombra, en el colectivo hay personas de todas las edades, hasta infancias. Infancias buscadoras. Un acto que la gente se ha visto obligada a realizar porque, ella lo afirma con firmeza, en Puebla no hay profesionistas dedicados a la identificación humana. Hace un llamado a la academia urgen abogados, psicólogos, criminalistas, médicos, antropólogos, arqueólogos, forenses etc. que se enfoquen en esta area.
«En Puebla ocupamos profesionistas que se dediquen a la identificación humana»
Pronto, es observable un contraste, una reafirmación de esta urgencia. Naim Santiago, un joven forense en formación, realiza su ponencia sobre la protección necesaria cuando se está en contacto con cuerpos humanos. El nombra overoles desechables, guantes del correcto material, cubre bocas, botas antiderrapantes, la forma adecuada de retirarse estas prendas y lavarse las manos. Probablemente surge una pregunta colectiva que el Doctor Miguel Martinez, persona solidaria que ha participado en la búsqueda de Voz de los Desaparecidos, responde: los familiares no hacen eso.
El académico enuncia que el duelo mueve a las personas a moverse a espacios ajenos a la ley, por lo que no siempre pueden respetar los protocolos de seguridad. Ellos usan a veces las manos desnudas y no utilizan cubre bocas porque el olfato es su guía. No buscan con la Guardia Nacional como lo marca el protocolo porque no suelen haber patrullas disponibles. Así, todo el tiempo están expuestos a microorganismos y la violencia que rodea un entorno tan hóstil como lo es una fosa clandestina. Ya lo había dicho minutos antes, Raúl Islas, otro joven forense en formación, «No hay una receta para buscar».
Cuando las ponencias terminan, comienzan las preguntas, entre las voces curiosas y empáticas un estudiante dice: ¿Como se lidia con esto? María Luisa responde que no cree que exista una receta para aliviar la enfermedad que ocasiona una desaparición. Sin embargo, reconoce que en ella despertó la digna rabia y va a seguir luchando. Entre los comentarios siguientes el llamado es constante cualquiera puede unirse desde su trinchera a las búsquedas, a dar mensajes empáticos, a brindar talleres, a unirse a las marchas y a los boteos. María Luisa lo enfatiza «No hay una receta para acompañar».
«Ya no puedo recuperar a mi hijo, no va a volver y si algo despertó en mi es la digna rabia»