El sol apenas se asoma entre los edificios del oriente de la Ciudad de México cuando Karina ajusta su mochila térmica y enciende su bicicleta. Tiene 26 años, dos hijos y ningún contrato. Es repartidora de comida desde hace tres años, y aunque la aplicación le promete libertad y ganancias por su cuenta, la realidad es otra: turnos de hasta 12 horas bajo el calor, la lluvia o el miedo de que alguien le arrebate la moto o la vida.
En Puebla, son las 8 de la mañana y Teresa comienza a limpiar un departamento ajeno. Comenzó a trabajar como empleada del hogar cuando tenía 15 años; ahora tiene 47 y las rodillas le duelen al subir escaleras. “Yo no tengo seguro, ni aguinaldo, ni vacaciones”, dice, cuando se le pregunta, sin rencor, pero con una resignación que se mezcla con cansancio.

En un bar de Tlaxcala, Mario sirve cervezas con una sonrisa ensayada. Lleva cuatro años como mesero, pero nunca ha tenido prestaciones. Depende de las propinas, que fluctúan según el humor de los clientes. Si se enferma, no cobra. Si falta, lo reemplazan. “Aquí no hay contrato, hay suerte”, dice mientras acomoda vasos en una charola mojada.
Las ciudades mexicanas y de muchas otras partes del mundo vibran de día y de noche, empujadas por los miles que trabajan sin red. Ellxs sostienen, sin quererlo y a veces sin saberlo, un modelo donde la informalidad ya no es la excepción, sino la regla. Viven -o mejor dicho, padecen- en los márgenes de la legalidad laboral, sin seguridad social, sin horarios claros, sin futuro asegurado. ¿Qué significa vivir al día en una urbe que nunca se detiene?
Romatizar la precariedad
El término precariedad comenzó a utilizarse en Europa en los años ochenta para describir el deterioro de las condiciones laborales ante el avance del neoliberalismo. Hoy, más de cuatro décadas después, se ha convertido en una realidad estructural, tan común que quien la denuncia corre el riesgo de ser señalado como “flojo” o como alguien que “no se pone la camiseta por la empresa”.
Pero la precariedad laboral no es una actitud, sino una condición objetiva que atraviesa a millones de trabajadores. Se caracteriza por la inestabilidad en el empleo, la inseguridad en las labores, la falta de prestaciones básicas como la seguridad social, jornadas extensas sin pago de horas extra y salarios que no cubren las necesidades mínimas. Todo esto se agrava con la expansión de formas de empleo informales o encubiertas, donde los derechos laborales quedan al margen de la legalidad.
No obstante, la evidente anomalía y hasta atrocidad que supone el trabajo precario, el capitalismo ha logrado no sólo su aceptación y hasta su “naturalización”, sino incluso su romantización.
Ernesto Ferrer, maestrante en la Maestría de Ciencias Antropologicas de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Iztapalapa, apunta en entrevista:
«En La Corrosión del Carácter, Richard Sennet advierte que se debe entender cómo se han creado subjetividades neoliberales donde el sujeto incorpora las estructuras de la desigualdad, pero, al verse en el fracaso económico, se culpa a sí mismo. A este proceso de alienación contribuyen las ideas de la ‘autoayuda’, como ‘ser el arquitecto de su propio destino’ o «yo soy mi propio jefe», ideas meritocráticas culturalmente inscritas que se instalan entre los trabajadores más precarizados (como sucede en Rappi) resultan terribles, porque deja de buscarse una explicación estructural de esta explotación en el capitalismo y los trabajadores terminan asumiendo el costo de su situación”.
Ferrer, quien tiene una línea de investigación sobre trabajo precario, añade:
“Como marco histórico, desde los 70, particularmente a partir de Margaret Thatcher, se inaugura un nuevo capítulo de desregulación del empleo, achicamiento del Estado, y del poder de diálogo sindical, que incorporó entre sus características un abandono de la industria y una presencia cada vez mayor del área de los servicios. Habría que señalar que la precariedad laboral y la flexibilidad del empleo es una característica propia del momento que vive el capitalismo actual como norma, más que como excepción, aunque se localiza de formas distintas y tiene que ver igualmente con la división mundial del trabajo en el esquema Norte contra Sur global.»
El académico también propone la revisión de Miriam Wlosko (2023), quien relaciona la precariedad laboral a un tipo de gobernanza particular, la gobernabilidad neoliberal que opera justamente bajo estos dos ejes centrales: 1) la individualización de las modalidades de contratación; 2) la responsabilización por el propio destino.
Precariedad multidimensional
Autores como Paugam, Massi o Béroud han identificado que la precariedad no es solo económica: tiene también dimensiones subjetivas y políticas. Va desde la inestabilidad del empleo hasta la insatisfacción personal, el desgaste psicosocial, la imposibilidad de ejercer derechos sindicales y la vulnerabilidad frente al control corporativo. En este sentido, la precariedad laboral afecta no solo lo que se gana, sino también cómo se vive el trabajo.
Para medir este fenómeno, estudiosos han propuesto índices que combinan variables como la temporalidad, bajos ingresos, falta de seguridad social, nula sindicalización y contratos inestables. Investigadores como Rodríguez-Orregia, Silva, Román y Oliveira han propuesto metodologías tanto a nivel macro (por regiones o sectores) como micro (a partir de encuestas individuales), revelando los múltiples niveles de precariedad existentes, desde la moderada hasta la extrema.
A nivel macro, Rodríguez-Orregia y Silva (2009) propusieron un índice de condiciones laborales estatales basado en igualdad de género e ingreso, cobertura de seguridad social y premios salariales por educación, usando datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) 2004 y una metodología similar a la usada para establecer y medir el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Por su parte, García (2009) utilizó datos de la ENOE 2006 para elaborar un análisis factorial de la precariedad en mercados urbanos, proponiendo dos índices laborales diferenciados por sexo a partir de seis variables: 1) ocupados en microempresas precarias (en comercio y servicios); 2) en industria (que no tengan razón social o nombre o que aun teniéndolos no cuentan con contratos y prestaciones); 3) con ingresos bajos; 4) jornada parcial involuntaria; 5) ausencia de contratos permanentes y prestaciones; y 6) no estar sindicalizado.
A nivel micro, Román (2013) propone medir el empleo precario mediante siete indicadores (salario mínimo, temporalidad, seguridad social, jornada laboral, prestaciones, sindicato y contrato), construyendo una variable dicotómica y un índice de precariedad para jóvenes asalariados usando componentes principales. Luego, aplica modelos de regresión logística ordinal para analizar el impacto de factores como edad, sexo, escolaridad, sector, ocupación y tamaño de establecimiento en la precariedad. De forma similar, Oliveira (2006) usa datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2005 para desarrollar un índice de precariedad juvenil mediante análisis factorial, y mediante regresión lineal múltiple analiza cómo características contextuales, familiares e individuales explican las diferencias en las condiciones laborales e ingresos.
Las múltiples caras de la precarización
La precariedad se manifiesta en diversas prácticas. Una de ellas es la subcontratación en cadena, donde grandes empresas delegan el trabajo a otras más pequeñas, que a su vez lo subcontratan nuevamente. Este modelo, frecuente en sectores como la construcción, reduce costos pero también merma la calidad del empleo, la seguridad y los materiales utilizados.
La forma más extrema de precariedad se encuentra en la economía sumergida, donde ni siquiera existen contratos. En este entorno, el empleador impone todas las condiciones sin posibilidad de reclamo, y los trabajadores están totalmente desprotegidos frente a riesgos físicos, discriminación y explotación.
Los inmigrantes, especialmente aquellos que carecen de documentación para acreditar su estancia legal en un país determinado, se encuentran en la base de esta pirámide. Trabajan en sectores peligrosos como la construcción, agricultura y hostelería, muchas veces sin formación, sin derechos y con el miedo constante a ser descubiertos y expulsados. Incluso los inmigrantes legales sufren sobreexplotación, sueldos bajos, contratos irregulares y discriminación estructural.
La precariedad laboral no solo afecta la calidad de vida de los trabajadores, sino que perjudica a las propias empresas debido a que no se retienen talentos. En un artículo publicado por el Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey se explora como la precariedad laboral es el principal obstáculo de la retención de talentos, además de los desajustes en la educación, la competencia y la globalización entre muchas otras.
Los restaurantes, un ejemplo
En su ensayo Trabajo, cuerpo y precariedad en la economía restaurantera: subjetividades y resistencias en el capitalismo flexible, Ernesto Ferrer analiza las transformaciones del trabajo en la industria restaurantera de la Ciudad de México tras la pandemia de COVID-19, explorando las intersecciones entre precariedad laboral, mercantilización del cuerpo y construcción de subjetividades en el capitalismo flexible.
A partir de enfoques marxistas, feministas y de la antropología económica (Polanyi, Federici, Fraser), Ferrer argumenta que el sector restaurantero ejemplifica las dinámicas contemporáneas de explotación capitalista, donde se despliegan performances laborales particulares, atravesados por factores afectivos y estéticos (sonrisas, fenotipos racializados, gestión emocional) que se extraen como plusvalía junto al trabajo material.
En el trabajo del también colaborador de InfoQuórum, mediante testimonios de trabajadores, se revela una precariedad estructural: salarios informales dependientes de propinas, jornadas extenuantes (hasta 18 horas), jerarquías de género y raza, y prácticas coercitivas como renuncias firmadas en blanco.
Ernesto Ferrer recupera una idea central para observar lo que sucede con estos trabajos flexibles a partir del trabajo del sociólogo estadounidense Richard Sennett (1998), quién sugiere que flexibilidad :
“designa la capacidad del árbol para ceder y recuperarse , la puesta a prueba y la restauración de su forma. En condiciones ideales, una conducta humana flexible debería tener esta misma resistencia a la tensión: adaptables a las circunstancias cambiantes sin dejar que estas lo rompan. Hoy la sociedad busca vías para acabar con los males de la rutina creando instituciones más flexibles. No obstante, las prácticas de la flexibilidad se centran principalmente en las fuerzas que doblegan a la gente.” (p, 47)
Por su parte, Ferrer resalta que los trabajadores no son pasivos: movilizaciones colectivas por la reducción de la jornada laboral y denuncias públicas evidencian resistencias. El sector restaurantero expone así cómo el capitalismo se sustenta en trabajo reproductivo no pagado y en una gestión necropolítica de cuerpos marginalizados, al tiempo que abre espacios para la agencia y la solidaridad.
Grupos más afectados
Pero la precariedad laboral no afecta a todos por igual. En México, hay grupos sociales que históricamente han estado más expuestos a condiciones de empleo inestables, mal remuneradas y con escaso o nulo acceso a derechos laborales. Entre estos grupos destacan las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes, los trabajadores informales y los desempleados de larga duración.
Mujeres: Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el 2022 el 56.1% de las mujeres mexicanas de más de 15 años trabajan en condiciones de informalidad, muchas veces sin contrato, sin prestaciones y con salarios más bajos que sus pares masculinos. Además, es común que ocupen puestos de medio tiempo o con horarios reducidos, lo que reduce sus ingresos y acceso a seguridad social. A esto se suman factores estructurales como la carga del trabajo doméstico no remunerado, que limita sus opciones laborales y de crecimiento profesional.
Jóvenes: La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) indica que el 66.9% de los jóvenes mexicanos entre 15 y 29 años laboran en condiciones precarias. La mayoría accede a empleos informales, con contratos temporales o por honorarios, sin seguridad social ni posibilidades reales de desarrollo profesional. Además, muchos de ellos enfrentan el dilema entre aceptar trabajos precarios con mejor sueldo o empleos más estables pero con ingresos muy bajos. Esta disyuntiva afecta su salud mental, capacidad de independencia económica y planificación a futuro.
Por otra parte, en el estudio “Precariedad laboral en México: una comparación entre jóvenes y adultos” del 2022, se plantea que algunos subordinados podrían aceptar empleos más precarios si estos ofrecen mayores ingresos, sobre todo solteros sin cargas familiares. El estudio concluye que los jóvenes con educación básica o media enfrentan mayor precariedad que los adultos, lo cual representa una vulneración de derechos laborales y limita sus posibilidades de planear una vida estable. También se advierte que esto puede ser parte de una tendencia de largo plazo.
Trabajadores inmigrantes: Tanto migrantes nacionales (internos) como extranjeros suelen verse forzados a aceptar empleos precarios en sectores como la agricultura, la construcción o el servicio doméstico. En el caso de los migrantes irregulares, su situación se agrava: al carecer de documentos, enfrentan explotación laboral, jornadas excesivas, pagos incompletos o nulos y la amenaza constante de deportación.
Parados de larga duración: Las personas desempleadas por más de un año enfrentan grandes barreras para reinsertarse en el mercado laboral. Cuando finalmente acceden a un empleo, suele tratarse de trabajos inestables, con baja remuneración y sin acceso a prestaciones. Esta situación prolonga su vulnerabilidad económica y los expone a la exclusión social.
Trabajadores informales: Más del 50% de la población ocupada en México trabaja en la informalidad, según cifras del INEGI. Esto incluye desde vendedores ambulantes hasta empleados de pequeños comercios o talleres sin registro formal. Estos trabajadores carecen de derechos laborales básicos como vacaciones, aguinaldo o seguro social, y dependen de ingresos diarios sin garantía de continuidad.
Ejemplos concretos de empleos con alta precariedad laboral en México:
- Repartidores de plataformas digitales (como Uber Eats, Rappi o Didi Food): trabajan bajo esquemas sin contrato, sin seguridad social ni prestaciones, y sus ingresos varían según la demanda y el clima.
- Trabajadores de maquiladoras: frecuentemente enfrentan largas jornadas, salarios bajos, presión constante y poca o nula organización sindical.
- Empleados de call centers: contratados muchas veces por outsourcing o por objetivos, tienen alta rotación, presión por resultados y pocas oportunidades de ascenso.
- Jornaleros agrícolas: enfrentan condiciones extremadamente precarias: informalidad, salarios mínimos o por debajo, exposición a pesticidas, falta de atención médica y ausencia de vivienda digna.
- Empleadas del hogar: aunque existe una reforma legal para proteger sus derechos, muchas aún trabajan sin contrato, sin seguro social y con jornadas extendidas.
- Personal de limpieza subcontratado: frecuente en oficinas, escuelas o instituciones públicas, suelen tener contratos temporales, sin derechos claros ni estabilidad.
- Vendedores ambulantes y trabajadores informales: sin registro formal, sin acceso a seguridad social y constantemente expuestos a operativos o extorsiones.
- Trabajadorxs sexuales: laboran dentro de la ilegalidad, sin registro formal, sin prestaciones, sin derechos, y en zonas de alta peligrosidad donde son vulnerables extorsiones o violencia por parte de sus mismos clientes.
Estos ejemplos reflejan la dimensión estructural de la precariedad laboral, que va más allá de la falta de empleo. Se trata de una situación persistente de vulnerabilidad y exclusión que afecta no solo la economía individual, sino también el desarrollo social y económico del país en su conjunto.
Entender la explotación, el primer paso
Ernesto Ferrer menciona como el sociólogo Manuel Castells ha advertido que la globalización ha creado una interdependencia económica mundial que ha redefinido las relaciones existentes entre sociedad, economía y Estado. El capitalismo se ha reestructurado con un énfasis en una mayor flexibilización empresarial, pérdida del poder sindical y precarización laboral, mientras los estados desregulan el mercado y reducen el bienestar social. Este proceso incluyó la incorporación masiva -y desigual- de mujeres al mercado laboral y una competencia global en escenarios cada vez más fragmentados.
“¿Cómo podemos entender al trabajo precario? De forma general entiendo al trabajo precario como aquel que está caracterizado por la inestabilidad salarial, pérdida de la protección social y bienestar de los trabajadores dentro de las relaciones laborales y el mercado de trabajo”, señala el maestrante.
Destaca también que en este sentido Luis Reygadas (2011) apunta cuatro dimensiones características de la precariedad laboral: 1) inestabilidad en el empleo; 2) desprotección e incumplimiento de derechos laborales; 3) deficiencia en la seguridad social y prestaciones asociadas al trabajo; 4) bajos salarios.
Este enfoque sobre la precariedad tendría dos ventajas, acota Ferrer: Por un lado, Reygadas, pone al centro de la discusión al trabajador y sus derechos, ya que la preocupación central se encuentra en indagar si los empleos son o no “dignos”, si se tienen ingresos adecuados, si son seguros y si estos se realizan en condiciones satisfactorias; por otro lado, el eje digno-precario posibilita incluir diversos aspectos del trabajo: los económicos (salarios e ingresos); los de estabilidad (seguridad en el empleo); los de condiciones de trabajo y sus normativas (derechos laborales, diálogo social) y los de ciudadanía (inclusión o exclusión laboral).
