«Es 3 de octubre» y «los miércoles usamos rosa», frases sin pizca de chiste si no se tiene el contexto de una pieza de cine de culto milenial que cumple dos décadas de habernos dado coloridos fragmentos de deconstrucción de los juegos de poder de las chicas que no han visto que el César a apuñalar no son las abejas reinas, sino los sistemas predadores.
En abril de 2004, año en que nacieron MySpace y Facebook, plataformas que consolidaron el inicio de la era de las redes sociales, dos eventos mediaticos desataron oleadas de reflexión sobre las plásticas máscaras que el sistema estadounidense pone sobre los males de sus micro sistemas de poder, los tiranos, sus estrategias de control y la entropía desatada cuando una hegemonía se declara bajo ataque: la develación en el programa 60 minutos y en la revista The New Yorker de las torturas cometidas por militares en la prisión de Abu Ghraib en Irak y el debut de una película de tono feminista para chicas con un guión inspirado por un libro para ayudar a las adolescentes a lidiar con dilemas sociales y esquemas de poder escolares. Veinte años después, son muy pocos los actos masivos de revisión de lo ocurrido en la guerra de George Bush, MySpace es un recuerdo nostálgico y Facebook es considerada una red para «viejitos», comunidades pequeñas y ventas, mientras Mean Girls prevalece en la conciencia colectiva como un tema que no pasa de moda y sobre el que pueden haber eventos globales al que asistan generaciones que no vivieron su momento originario pero aún así participan en ritos de memoria anuales como usar rosa los miércoles y cada 3 de octubre porque ese día Aaron Samuels le habló a Cady, una vigencia que no sólo se debe a la ventaja natural de ser un producto de confort divertido y bello, sino que también deviene del buen arte con el que fue filmada, de lo aproximable que es su mensaje feminista y de la intuitiva forma en que se le planeó como un serial memético.
La comparación entre Mean Girls y un crimen de lesa humanidad puede parecer absurdo y demasiado rebuscado, pues las denuncias de la barbarie enfrentadas a filtros de «contenido delicado», evidentemente tienen menos capacidad de hacer eco que el meme que también te pide destronar a tus tiranos, pero lo hace en los labios con gloss de una Gretchen Wieners quebrada por no haber recibido un caramelo como Glenn Coco y por no poder usar aros de oro blanco. Tal vez sería más apropiado comparar la película con las Olimpiadas de Atenas, que también ocurrieron en 2004 y que, aunque son un evento mundial de gloria deportiva con momentos históricos, ni sus resultados ni sus fotografías lograron moverse en las referencias culturales con la misma fluidez que lo hacen las citas de Regina George o el rostro con gafas de Damian diciendo que una chica que quiere pastel de arcoíris «ni siquiera va a esa escuela»; pero la cantidad de ensayos, artículos y memes de perspectiva foucaultiana que a lo largo de los años siguen circulando en redes sobre North Shore High School y la supremacía de las plásticas, muestran que no es tan descabellado contrastar lo pálido que es el recuerdo de los horrores de las prisiones yankees contra la actualidad con la que se recurre a las imágenes dejadas por las «Chicas Pesadas» (como edulcoradamente le pusieron en la traducción mexicana).
No es nada nuevo bajo el sol el que los eventos colectivos del mundo pop sean suscritos por multitudes que muchas veces solo pueden soñar los movimientos sociales que tratan hechos serios y urgentes, pero algo muy interesante hay en el guión de Tina Fey que logró algo más. Apenas y usa tecnología de vanguardia pero aún así le dio al corazón de las claves comunicacionales del nuevo milenio y sus relaciones con el poder para poder cristalizarse en el interés popular de esta forma.
En Mean Girls no se usan redes sociales ni celulares para mantener bajo raya a los súbditos en el imperio adolescente de Regina, la única vez que se saca un movil para este tipo de trucos es para neutralizar a Taylor Wedell desde una llamada redireccionada por una operadora, el verdadero instrumento del caos es un libro de chismes, hojas de papel con un bonito forro rosa de una estética que se apropia elementos de las Scene Queens, pero dentro de una casa de feminidad más blanca y suburbana. Sin embargo, la falta de aparatos no equivale a una historia que caduca ante los ojos de nativos digitales de los centenials, porque las plásticas reflejaron desde hace 20 años las coordenadas de la nueva era comunicacional de sentencias cortas que se graban como reputación ante la comunidad, y entendieron desde entonces que la combinación de palabras (como el intencional y astuto «fugly» de Regina y el accidental «grool» de Cady) son funcionales en sociedades que tienen acceso a todos los diccionarios del mundo en una pantalla, pero prefieren llevar a otros límites su propio y limitado vocabulario.
La cinta tecnicolor que nos legaron varios cómicos de Saturday Nigth Love y una camarilla de jóvenes estrellas tomó casi de inmediato estatus de ícono cultural y lo ha sostenido por todos estos años porque su lenguaje auditivo y visual fueron visionarios, pero también porque su tema venía sobre el carril de un movimiento feminista que, al igual que los cuestionamientos a los sistemas de guerra que sostienen a los uno porciento del mundo, iba a tomar dentro de poco protagonismo en las nuevas ediciones de las primaveras de rebeldía, pero, a diferencia de la primera, lograría conquistar el corazón de más clases medias y hacerse de escaños políticos, gracias en parte a qué no tuvo remilgos en usar el poder rosa y un poco kitch de lo familiar.
Las lecciones de Mean Girls contra la toxicidad de los sistemas de abejas reinas y su transfondo machista para hacer de las chicas rivales en vez de aliadas, tardarían aún algunos años en lograr la potencia para competir contra la maquinaria que consumió incluso a la protagonista de la película, a una Lindsey Lohan que se hizo leyenda con muy pocas cintas, pero se hundió de llenó por un sistema de tabloides, realitys, negocios de nueva línea y misoginia, pero hoy las lecciones ya están asimiladas por colectivas y grupos de sororidad que quieren abrazar el retorno a una vida sin colapsos públicos ni desórdenes alimenticios de mujeres explotadas como Britney Spears o Lindsay Lohan, y que incluso desean paz para la reina de la trinidad de los paparazzis y victimaria de otras mujeres, París Hilton.
La ola feminista respeta a Tina Fey y Amy Poehler por ser vocales defensoras del voto y las candidatas femeninas, de la justicia laboral, y las críticas al machismo Hollywoodense; también tiene cariño por Lacey Chabert, Amanda Seifreyd y Rachel McAddams, que han usado sus carreras procurando roles femeninos diversos y complejos; pero también ama ver a remontando Lohan en simplonas películas navideñas Hallmark, así como amaba ver que Karen Smith podía ser feliz siendo reportera de clima y conviviendo con los freaks que ya no hablan a sus espaldas de su poca inteligencia, sino que la aceptan por su dulzura que contrasta con el ingenio peligroso de Janis Ian.
El feminismo gentil y cotidiano de la maestra Norbury tocó más fibras y perduró entre más generaciones que la revelación de un mundo de horrores contra el cual el mundo debería seguir protestando, hoy en el caso de Israel masacrando a Palestina como en su momento lo hizo Estados Unidos con Irak. Esto en parte se debe a que el mundo no quiere abordar problemas que revuelven el estómago y a que hay filtros por todos lados diciendo que sólo los temas suaves pueden ser vistos directamente y que de automático los contenidos políticos son tratados como indeseables; pero en el triunfo de lo pop y azucarado contra las realidades crudas, también hay unas cuantas lecciones de efectividad a atenderse: el poder puede tomar forma humana en una reina con orejas de conejita porque es multifacético y sabe que las masas se pueden controlar desde la seducción y el miedo, y en muchas ocasiones su mejor adversario es un discurso apelando a sentimientos básicos que quieren hacer tejido en donde ven una acogida amable y divertida, como la sonrisa final entre las reinas en disputa que se encuentran entre iguales y han devuelto la paz al mundo de las chicas.