Por: Diego Martín Velázquez Caballero
De acuerdo a Menno Vellinga, el Estado Latinoamericano ha tenido uno de sus proyectos de cambio y diagnósticos más certeros cuando las cartas de intención y el consenso de Washington establecieron las medidas económicas, políticas y sociales para llevar a cabo procesos de modernización e institucionalización; sin embargo, la visión tecnocrática fue trastornada por una clase política que saboteó los procesos de cambio y decidió recuperar la inercia patrimonialista. Como Guillermo O´Donnell, señaló que el mejor modelo para América Latina estaba representado por el Burocratismo-Tecnocrático-Militar vinculado con las Democracias Delegativas, una situación débil para la consolidación de la democracia en Latinoamérica y el crecimiento económico; empero, un punto de partida sin retorno para el establecimiento de un Estado desde la perspectiva Weberiana y Constitucionalista. Es verdad que esto implicaba una cirugía a corazón abierto y sin anestesia; no obstante, esta es la prescripción para un orden social donde el Estado no tiene hegemonía sino una autonomía relativa frente a diversos grupos y poderes fácticos.
Sin embargo, para Vellinga así como para el estudioso argentino, es más fuerte la inercia histórica y las variables culturales que la capacidad estatal y, por eso, se imponen los Estados Débiles, Fallidos o Fachada controlados por sociedades fuertes, abigarradas, muégano, multiculturalistas autoritarias, propias del Modelo Habsburgo; el hecho es que los fenómenos clientelares, populistas y los movimientos sociales, plantean situaciones de ingobernabilidad para el Estado que termina siendo rehén de la burguesía, las oligarquías o las élites dirigentes de los movimientos sociales.
Lo que no se termina de entenderse en América Latina es que para la emergencia del Estado es fundamental acabar con el Modelo Habsburgo como orden social. Esta configuración fue un arreglo clientelar y corporativista desarrollado desde la época colonial con la preeminencia de la Iglesia Católica, pero que implica vulnerabilidad frente a los procesos de globalización y competencia geopolítica como lo que se está viviendo ahora.
Durante los gobiernos progresistas tampoco se consolida la presencia estatal, el burocratismo activista y militante muestra la debilidad extrema del orden institucional. La izquierda en el gobierno promueve la movilización social como insumo espontáneo de las políticas públicas aunque esto significa apostar ingenuamente por una capacidad efectiva imaginaria. La movilización social no va a detener a Donald Trump ni la agenda económica que impone la Casa Blanca sobre nuestro país.
La vecindad norteamericana respecto a México ha tomado el curso de una montaña rusa que exige en nuestro país un Estado funcional. La falta de cohesión en Morena y, sobre todo, el respeto a las directrices de la Presidencia de la república terminará por vulnerar la gobernabilidad en el país e incitando al trumpismo para desarrollar más acciones intervencionistas. La enorme distancia entre el activismo de los funcionarios morenistas y sus resultados concretos, es muestra de cuanto importante resulta tomar en serio la tarea de gobernar.
