marzo 6, 2025 7:17 pm
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Abrazos entre Lula y Pepe: actos de amor y resistencia ante el machismo

No es común ver a dos hombres mostrándose afecto, y aún menos en público. Claro, dejando de lado esos «afectos» machistas y de poder, como un fuerte y doloroso apretón de manos seguido de un jaloneo o unas palmadas duras en la espalda. Sin embargo, los abrazos y gestos de cariño entre Lula Da Silva y Pepe Mujica, mostrados al mundo sin reservas, son una declaración de amor, pero también una muestra de resistencia y lucha contra un sistema machista que penaliza y castiga a los hombres por expresar sus emociones. O bueno, sus emociones «de mujeres».

Lula y Pepe, de 79 y 89 años respectivamente, pertenecen a otra época, pero hoy en día no tienen problema en mostrarse como seres humanos frágiles, emocionales, que quieren y son queridos. Se abrazan y aman sin reservas. Como bien lo expresó Mujica en 2021, cuando se despedía del Senado de su país y agradecía el apoyo que le habían brindado durante décadas: «El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye».

Algo que muchos hombres no cuestionamos es que también somos víctimas del machismo. No solo las mujeres lo padecen, como erróneamente se piensa. ¿Por qué personajes como El Temach, Llados y otros autodenominados «coaches» ganan tanta popularidad? Porque se aprovechan de las vulnerabilidades, inseguridades y el odio que han sido sembrados por el machismo y el capitalismo en nuestro género.

Es innegable que el machismo y el capitalismo han caminado juntos desde hace mucho tiempo, afectando a millones de hombres en mayor o menor medida. Por eso, dentro de esta lógica, se desprecia a las mujeres, a los hombres «femeninos» y se impone la carga de ser «proveedores» y «alfas». Paradójicamente, los mismos hombres que defienden a capa y espada este sistema capitalista muchas veces no tienen los recursos para cumplir con ese estándar, lo que los lleva a odiar y sentirse amenazados por mujeres independientes, libres e incluso con mejores ingresos que ellos.

Ahí es donde figuras como El Temach y compañía entran en escena: se aprovechan de los hombres que no logran cumplir esos estándares y, a cambio de sumarse a su comunidad (que roza lo sectario) y pagarles, prometen revelar los «secretos» del éxito en la vida, el ligue y el desarrollo personal. Pero, ¿realmente es así?

Claramente, no. Lo que hacen estos «mentores» es hundir aún más a sus seguidores en un pozo de desesperación y marginación, reafirmando roles de género inútiles y subjetivos. Crean cámaras de eco donde se exaltan valores como la agresividad y la fuerza como única representación válida de la masculinidad.

En el mejor de los casos, dentro de estos discursos las mujeres son reconocidas como seres humanos; en el peor, se les ve como entes emocionales que pueden ser controlados con poco cariño, maltrato y manipulación psicológica. Así, el machismo sigue perpetuándose.

El verdadero problema radica en que se sigue inculcando a los hombres la idea de que solo sus «compas» los entenderán, que mostrar sentimientos es un riesgo para su hombría y que una mujer solo es «buena» si ha tenido pocas o ninguna relación; si sabe hacer las labores del hogar y si su mayor preocupación es atender a su pareja y verse bien.

Aquí también entra la llamada «masculinidad frágil» y los «machitos»: hombres que creen cumplir con los peores cánones del machismo y los consideran los mejores. Pero su masculinidad es tan endeble que, si un hombre tiene el cabello largo, amigas, uñas pintadas, sentimientos o un mínimo de decencia, automáticamente deja de ser «hombre» y es visto como alguien «femenino». Sin embargo, dentro de sus muchas contradicciones, para estos hombres no existen las personas trans, y los varones no pueden asumir roles asociados a la feminidad.

Sin duda, este es un tema complejo y con múltiples aristas. La deconstrucción es un proceso largo y difícil, pues desde la infancia nos inculcan el machismo, el odio y el individualismo como «valores» que benefician a sectores conservadores que lucran con la desigualdad y la violencia estructural. Pero es ahí donde debemos actuar.

Salir del status quo del machismo y el capitalismo es difícil, pero no imposible. Debemos empezar por lo más básico, aunque parezca obvio: vernos como iguales y no como inferiores, independientemente de nuestro sexo, cuerpos, discapacidades, preferencias sexuales o gustos. A partir de ahí, debemos observar y escuchar a quienes nos rodean para generar cambios y avanzar hacia sociedades más justas y equitativas.

Finalmente, es fundamental no quedarnos solas, solos ni soles, porque precisamente eso es lo que quiere el sistema conservador y violento: aislarnos y debilitarnos. Recordemos que el amor y la ternura son revolucionarios. Construyamos redes seguras de apoyo donde el cariño y la solidaridad nunca falten.

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