Ya no solo musas

Para ser reconocidas, para siquiera existir, las mujeres artistas han tenido que reescribir y subvertir los cánones del arte, establecidos por una hegemonía masculina. Aún en la actualidad, mujeres y diversidades se ven obligadas a pelear por espacios que siempre les han pertenecido e incluso que ellas mismas han inaugurado. 

«Nunca me hablaron de una mujer creadora, y ni siquiera lo pensé», externó Gabriela Diaz Alatriste, directora de orquesta, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de este año. Las reflexiones de Alatriste remiten, quizá, a lo demasiado evidente pero constantemente olvidado: Poco se hablaba de la creación de las mujeres. Sean compositoras o historiadoras y escritoras.

La historiadora Argelia Castillo lo sabe de sobra: muchas de sus investigaciones la han llevado al reconocimiento de diversas mujeres en la historia, cuya intervención antecede incluso a muchos de los conceptos y movimientos, aparentemente fundado por hombres. La eliminación del papel de las creadoras es interminable. 

“Todavía dicen que Kandisky fue el primer pintor abstracto. Hablamos de las abstractas antes del abstracto mismo»

Pero las mujeres “ya no son solo las musas”, recordó Castillo, esa categoría a la que se le había relegado por siglos desde la mirada machista. Ya lo recordaba la escritora Cristina Rivera Garza, que puso de ejemplo las particulares descripciones y papeles en los que los escritores han encerrado a las mujeres. Las musas, las hermosas criaturas, las que “cuando callan están como distantes” y así son bellas.

Desde el mismo arte, las creadoras han tenido que irrumpir con estos paradigmas, y lo han hecho, recordó Garza, problematizando lo que no se problematizada o poco se hacía con anterioridad: la escritura del cuerpo, la identidad, la diversidad, el hogar, la introspección. Gracias a esta reescritura las narrativas dejan de inscribirse en ángulos que criminalizan o minimizan a las mujeres.  

El invencible verano de Liliana, la última obra de Garza, no hubiera sido interpretada de la misma forma de haber sido escrita como un crimen pasional, por ejemplo. No existiría la denuncia, sino la romantización. Sin la ruptura, sin el cuestionamiento, narrativas como la de Garza estarían inscritas dentro del canon machista impuesto.

Las creadoras están en esa constante reescritura, porque las mujeres ya no son solo musas, sino productoras de arte.

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