julio 23, 2025 4:01 am
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Ozzy: el príncipe obrero, vuela con las alas que le arrancó a las tinieblas

Aletean murciélagos en el corazón de los amantes del metal, van escoltando a Ozzy Osbourne a un Valhala destinado a los dioses musicales. Pero su vuelo no inició hoy, al culmen de sus 76 años de legendarias locuras, jugadas maestras y meméticos momentos. Los murciélagos tomaron los últimos acordes de Black Sabbath entre sus garras y comenzaron su viaje hace 17 días, desde el negro trono que emergió del escenario de Back to the Beginning, donde por 10 horas la familia, amigos y hermanos de armas del «Príncipe de las Tinieblas» tocaron con toda el alma para despedir a la historia y demostrar que, aunque el Heavy Metal no puede vencer a la muerte ni devolverle al hijo de un obrero toda la potencia de la voz que lo alejó de la cárcel y lo puso en la historia; sí puede mirar al tiempo a la cara y soltar frente a él lagrimas, carcajadas y los sonidos de la oscuridad humana que se doma a sí misma para convertirse en arte inmortalizante.

«O acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel«, le dijo John Osbourne a su hijo al dejarlo pasar seis meses encarcelado pensando en esa encrucijada de la que salió decidido a buscar una banda.

El funeral de Ozzy comenzó en Birmingham, «la ciudad de los mil oficios», la locomotora de la Revolución Industrial que parió miles de obreros y nietos admiradores del blues y el rock and roll que llegaron a los años de las revoluciones contraculturales del siglo XX ansiando encarnar en la mente y sangre de otros al Satanás que veían sentado y sonriendo en el concreto gris de su metrópolis sin esperanzas, ni para los proletarios punks con ideología trasformadora, ni para los futuros metaleros sin aspiraciones colectivas pero que sentían el acero de un virtuosismo hambriento de voz individual.

En esa ciudad, John Thomas «Jack» Osbourne, un empleado nocturno de electricidad, dejó a su hijo pasar seis meses en prisión mientras pensaba en una bifurcación cargada de esperanza: «o acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel«. Eso decidió al empleado de matadero y ladrón de televisores de medio tiempo a dar un giro a su vida que, 62 años después, haría de Birmingham, ahora «cuna del metal», el punto de reunión de los sobrevivientes de décadas de drogas, traiciones, peleas, reconstrucciones y reconciliaciones; que bajo la curaduría Tom Morello acompañaron el canto de cisne de Sabbath en un evento para la historia que, no sólo coronó la carrera de Ozzy con lo más puro del metal, sino también llevó hasta el último momento una combinación entre la caridad (donada a Cure Parkinson’s Trust, Birmingham Children’s Hospital y Acorns Children’s Hospice) que muestra lo mejor del corazón de este hombre que siempre ha sido de fe, con las contradicciones internas de la industria que mamó sus primeras fuerzas del proletario pero cuyos boletos sólo pudieron ser pagados por los ricos o los que para entrar vendieron el alma como lo tuvieron que hacer muchos grandes.

La muerte de Ozzy no toma a nadie por sorpresa, la sospecha de que pronto lo alcanzaría la hora natural o besaría el bálsamo de digno alivio de la eutanasia acompañaba a los millones que lo vieron sostener con comprensibles desentonos la voz hasta su máxima posibilidad y fallar en su conmovedor intento de levantarse por unos momentos de su trono para caminar al lado de los tres hombres con los que inició todo: Geezer Butler, a quien conoció -como si hubiera sido el meet cute, enamoramiento a primera vista, de una película sentimental- cuando ambos fanáticos de los Beatles los esperaron a los 14 años a las afueras de un programa llamado «Gracias a tus estrellas de la suerte», y de quien se distanció -sin dejar de colaborar- principalmente porque ambos son gobernados por esposas que pelearon entre sí; Bill Ward, con quien se reconcilió para este concierto tras haberle herido por su debilidad física y causado su dolorosa renuncia a 13; y el más difícil de tocar de todos, Tony Iommi, el de los dedales caseros en las puntas que perdió en un accidente laboral, el que fue bully de Ozzy en la escuela y le dijo peste cuando se dio cuenta de que él era el sujeto que pegó un volante en una tienda musical con la leyenda: «Ozzy Zig needs a gig», «Ozzy Zig necesita un toquín. Tiene su propio PA (mezclador, amplificador y altavoces)».

Ozzy estaba listo para partir tras más de media centuria de entregar clásicos como Paranoid, Iron Man, War Pigs, Mr. Crowley, Crazy Train, o No More Tears, y de encumbrarse como el loco del metal por lamer su propia orina y aspirar hormigas por la nariz como si fueran una línea coca en una competencia con Mötley Crüe; desmembrar a un tiburón cuyo cadáver le fue llevado por fans a las afueras de su hotel y metió por la ventana para usar su sangre para pintar las paredes; y arrancarle la cabeza de una mordida a una paloma en la primera reunión como solista con ejecutivos de la CBS Records porque estaba ebrio y aburrido; hecho que se convirtió en una leyenda urbana y que un año más tarde hizo que sus admiradores le arrojaran murciélagos de goma que él mordía en escena, pero que en una ocasión resultó ser un murciélago muerto verdadero que metió a su boca sin saberlo y que al notarlo escupió y tuvo que ser llevado a urgencias para recibir vacunas contra la rabia. Una serie de brutalidades contra los animales de las que se arrepentiría cuando alcanzó la sobriedad y que lamentablemente no son lo más turbio de sus acciones, pues su punto de no retorno llegó hasta 1989, cuando fue arrestado por tentativa de homicidio al haber intentado estrangular a su esposa, Sharon Osbourne, por estar desbordado de drogas.

La arpía, el príncipe y el amor más allá de las drogas y el intento de feminicidio

Ahora que todo se concreta, el comunicado de la familia de Ozzy sobre su muerte es breve, pero conmovedor y suficiente para quienes no sólo conocieron su trayectoria musical sino que también tuvieron atisbos de la vida sentimental del «padrino del heavy metal» que se saco a sí mismo del relativo olvido en el que la cultura popular de cambio de milenio dejó a varios de sus contemporáneos, al aceptar convertirse también en padrino del meme y los reality shows:

Con más tristeza de lo que las meras palabras pueden transmitir tenemos que informar que nuestro querido Ozzy Osbourne ha fallecido esta mañana. Estaba con su familia y rodeado de amor.»

« Le pedimos a todos respeto a la privacidad de nuestra familia en este momento.»

Sharon, Jack, Kelly, Aimee y Louis»

El hombre trató de matar a su esposa, pero murió amado y rodeado por la vida que armó con ella. Si creemos en las entregas de su vida juntos que a lo largo de décadas de entrevistas y documentales han compartido con el mundo, nada de eso ocurrió porque Sharon sea una incondicional abnegada que no se retira ni ante lo que estuvo a punto de se un feminicidio; ni tampoco sólo porque sea la perfecta cínica de los negocios, que le ganó el apodo de «la arpía del metal», capaz de soportarlo todo por el imperio multimillonario que han creado alrededor de su Ozzfest y otras industrias armadas principalmente por ella.

Sharon Rachel Levy ya venía del Tartaro cuando conoció a Ozzy, tenía 18 años y él 22, era la recepcionista de su papá, «Mr. Big», el «Al Capone del Rock» Harry Levy Don Arden, un hombre implacable. Sharon fue testigo del desarrollo musical y de las adicciones de Ozzy mientras estaba con Black Sabbath y con su primera esposa, Thelma Riley, y no se convirtió en su pareja hasta que las separaciones con ambos eran inminentes y ella podía iniciar su proyecto de hacer su sociedad romántica y laboral con el Príncipe de las Tinieblas.

Thelma pidió el divorcio y Don Arden sacó a Ozzy de Sabbath, Sharon propuso a Dio en su lugar y secretamente empezó su noviazgo y una relación de manager y representado. Su primer acto de negocios conjunto fue el infame episodio de las palomas, un momento de gore que los hizo inolvidables a ambos, como si esa blanca ave ensangrentada fuera el autoretrato de la pareja que conformaban: la femenina delicadeza clamando paz y desplegando sus alas en la sala de juntas y el loco que la mastica pero al final depende de ella para lograr que ese efecto de shock no se vaya al vacío sino a la memoria colectiva.

Sharon y Ozzy perdieron un embarazo cuando los perros de Don Arden la atacaron al avisarle que ella era la nueva representante de ese genio desquiciado. Se repusieron, construyeron una familia, tuvieron hijos Aimee, Jack y Kelly; e integraron a las dinámicas de su casa a los tres hijos de su matrimonio anterior, Jessica y Louise (hijos naturales) y Elliot (hijo de Thelma al que Ozzy adoptó mientras estuvieron casados).

Aunque una década después de juntarse, Ozzy rodeó el cuello de Sharon con sus manos; su profundo arrepentimiento, el ultimátum de sanar o separarse y la decisión de entregarse a largos procesos de rehabilitación los llevaron a una paz que no tiene nada de inspiracional, sino que es la bruta y desnuda realidad de dos personas únicas con suerte, recursos y disposición a seguir juntos y vencer los males que ya les habían arrancado a muchos compañeros de arte.

Sharon llevaba años en el corazón del metal y se quedó con quien pudo ser su verdugo; una apuesta peligrosa que Ozzy hizo valer porque admitió que había sido «un hombre malo» y se determinó a «no morir como un hombre ordinario» (como lo dice la canción que escribió para Sharon).

Ozzy fue a terapia

Tomó sus lecciones, sus crímenes, sus dolores y su depresión desquiciada acrecentada por la muerte accidental del guitarrista Randy Rhoads (en 1982), quien le dijo en su última platica, una noche antes de fallecer: «Si sigues así, tú mismo acabarás con tu vida, ¿sabes? Uno de estos días». Descubrió que era bipolar y aprendió a lidiar con su caos.

Aunque en los años subsecuentes entregó una parte de sí al mundo del pop con su reality The Osbournes, que abrió una intimidad artificial y vendió la idea de que el príncipe de las tinieblas había sido domado por los yuppies de fin de siglo y podía ser el abuelito de las generaciones que lo cancelarían en un segundo si volviera a tocar a un animal; al mismo tiempo que recobraba la capacidad de influencia con esa herramienta kitch, mantenía un imperio musical de festivales que aburguesaron la asistencia a los conciertos, pero aún así nutrieron nuevas propuestas con substancia.

Los años de conquista de paz mental fueron tan ambivalentes como el resto de su vida y no borran la poderosa huella de este dios del metal, que aún tenía ante sí el desafío de sobrellevar los males físicos que lo llevaron tantas veces ante la mesa de operaciones que al final sólo lo mantenía entero la meta de hacer realidad la última propuesta de Sharon: el concierto de vuelta a las raíces, en el que los grandes se reunieron, como si fuera un campamento de verano, para decirle adiós al hijo del obrero que supo cumplir, no cayó en la cárcel, e hizo algo muy especial.

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