Durante la reciente cobertura sobre las afectaciones por lluvias en la Sierra Norte de Puebla, surgió una discusión inesperada: la manera “correcta” de pronunciar el nombre del municipio de Honey. Comentarios en redes —dirigidos hacia la reportera que cubría el hecho y algunos de ellos con tintes despectivos— dejaron de lado la información sobre los daños y se enfocaron en criticar la pronunciación utilizada. Este incidente, más allá de la anécdota, abrió una conversación sobre la naturaleza de las palabras que usamos y la legitimidad de las distintas formas de hablar y pronunciar.
Dónde se ubica Honey y por qué se llama así
Honey es un municipio que se encuentra en la Sierra Norte del estado de Puebla, en la frontera con Hidalgo. Su nombre proviene del empresario británico Richard Honey, quien en la región instaló una fábrica de pigmentos naturales en el siglo XIX. El pueblo adoptó su apellido como nombre oficial en reconocimiento al impulso económico que trajo al lugar. Tratándose posiblemente del único municipio en el país con un nombre de origen anglosajón, convirtiéndolo en un caso lingüístico interesante.
Pronunciaciones y préstamos lingüísticos
Que los habitantes del municipio pronuncien Honey como “Joni” u “Oni” no es un error: estamos ante una adaptación lingüística. En español, la letra h por si sola, no tiene sonido propio, por lo que al trasladar una palabra del inglés a otra lengua, es común que las personas la pronuncien según las reglas fonéticas de su idioma, en este caso, al español. Este fenómeno se conoce como préstamo léxico adaptado.
Los préstamos lingüísticos se han usado desde hace mucho tiempo y son palabras que una lengua toma de otra porque le es útil, por contacto o influencia cultural. En español hay gran variedad no solo del inglés, sino del alemán, del francés y hasta del árabe, pasando incluso desapercibidos. Son palabras o expresiones que se adoptan de otro idioma y se integran al propio.
Hay diferentes tipos de prestamos lingüísticos, de los que desacan: el calco (palabras que se traducen de una lengua a otra), el préstamo semántico (conceptos que adquieren un nuevo significado por influencia de otro idioma), los extranjerismos crudos o no adaptados (palabras que provienen de otro idioma tal cual, y se emplean en cursivas).
En este caso, estamos frente a un préstamo léxico adaptado, lo que significa que proviene de otro idioma pero se adapta a las reglas del nuestro. Ante a la palabra Honey, pronunciarlo “Joni” u «oni» responde a la tendencia de adaptar lo extranjero al sistema fonético local (los sonidos del habla locales), haciendo que su pronunciación sea accesible a las reglas del español.
Identidad, lengua y respeto
Más allá de la hipercorrección en redes, es preciso mencionar lo cambiantes que son las lenguas y que las pronunciaciones suelen depender del contexto social o regional. Por ejemplo, en un lugar bilingüe o un medio académico, puede usarse su pronunciación inglesa; mientras que en el habla cotidiana de quienes lo nombran en español, en este caso, habitantes del municipio, decir «oni» o “Joni” es igualmente válido.
Es importante recordar que todas las formas de hablar son valiosas, y que ridiculizar o descalificar una pronunciación a quien la usa, no solo refleja desconocimiento lingüístico, sino una falta de sensibilidad y empatía hacia la diversidad cultural y hacia las situaciones humanas que acompañan el uso del lenguaje.
En un momento en que comunidades como la de Honey, la Sierra Norte de Puebla y otros estados de la república enfrentan problemas por lluvias o desastres naturales, discutir la “corrección” fonética de su nombre desvía la atención de lo que realmete importa: la realidad que viven sus habitantes. Finalmente el lenguaje no solo comunica, construye identidad, comunidad y respeto.