Entre los hogares, vecindades y locales del Alto hay trazos específicos que configuran el espacio; no solo las calles empedradas ni las iglesias que, sin duda, son la base histórica y patrimonial de este lugar, sino las pinceladas en la paredes, los colores en las banquetas, las risas frente a los puestos y las vecindades; incluso de aquellos espacios que parecen perecer.
El Alto con frecuencia se piensa como sinónimo de barrio peligroso; con la fama de los peores espacios como si todos los males se limitaran a unas cuadras o se redujeran a los límites entre colonias.

“No solo existe eso; también existimos personas que estamos enfocados en otras cosas”, nos expresó Francisco Villafañe, artesano y promotor cultural que camina diariamente en el barrio, espacio que ha sido su hogar por más de tres décadas.
Tampoco se puede negar la existencia del crimen o la delincuencia, ni en este sitio, ni en ningún lugar del estado o del país, pero el estigma sobre este barrio ( y la mayoría de los originarios) ha cubierto su espacio para opacar el resto de realidades que conviven; y no solo es la percepción de la ciudadanía sino la forma en que esta se instrumentaliza para pretextos de externos.
En el vacío y el abandono, los intereses privados o turísticos ven oportunidades. En estas “oportunidades”, la población originaria vive carencias. Hoy hay silencios abrumadores en el barrio, que solo se remedian en algunos momentos y con el esfuerzo de los vecinos: Francisco saluda a su vecino que barre y limpia la baqueta y el ánimo se eleva ligero; otros vecinos se unen a las actividades de Biblioteca Alma, donan piñatas, celebran días festivos juntos a los pequeños. La gente conversa en las esquinas o comen una memela en el camino y todo esta convivencia se aferra al espacio que les pertenece, aún con el eco de sitios que han sido transformados o abandonados como el Teatro Recek.
El Alma del Barrio
Muchas generaciones han partido del barrio; detrás de las paredes no se albergan más que maleza y un poco de basura. Solo los jóvenes adultos, adolescentes y niños residen en algunas casonas -según contó José, un vecino del sitio- caminando y jugando en algunas de las calles y en busca de sitios en los que compartir.
Llegada la tarde, después de los deberes escolares, algunos se dirigen a la esquina de la 14 norte y 18 oriente, en donde unos huehues, acompañados de un zorro tocando el acordeón, trazados sobre un mural azul, esperan.
“Si está cerrado, llegan y tocan. Esperan a que abramos”, nos relató Roberto Flores, quien día a día abre el sitio que da paso a los pequeños y jóvenes que se acercan a la casona azul para refugiarse entre los libros: esta es la Biblioteca Alma, uno de los puntos de lectura creados por el Consejo de Lectura, que converge y responde a las necesidades del Barrio del Alto.
El Consejo, a sus casi 24 años, es un espacio del que se desprenden toda una serie de actividades e historias, tanto propias como colectivas. Desde su llegada al espacio actual en 2017, su dedicación se ha vertido tanto en la construcción de un espacio físico seguro como en la promoción de la lectura.
“Nuestra principal misión es la democratización de los espacios, que se permita el acceso a ello y también las formas en que se realizan estas lecturas, en donde todas y todos puedan ser participantes”, explicó Rosario Juaréz, otra integrante de Consejo Puebla de Lectura. Ella, junto Roberto y más miembros activos de esta iniciativa reciben a los vecinos, pequeños y adultos, para adentrarse a las páginas.
Todas las edades conviven en el espacio; generaciones que van transitando los cambios individuales y contextuales, al tiempo en que reconocen los espacios y las historias que habitan. Para esta biblioteca, es indispensable que todas las voces sean reconocidas y escuchadas, desde los más bebés hasta los adultos; de aquí que el sitio conste de tres salas principales: la infantil, la juvenil y la sala general en donde las lecturas ofrecen tanto lo lúdico como el aprendizaje.
“Es espacio donde puedan ser reconocidos y compartir sus costumbres, una posibilidad de incorporarse culturalmente a la vida del barrio”
La vida del barrio es inherente a la existencia de la Biblioteca. Existe una retroalimentación entre ambas para la subsistencia de su comunidad pues se ha constituido como un punto de convergencia para los habitantes del barrio. La razón de esto parte desde su enfoque sociocultural ( en lugar de socioeducativo), nos comentó Rosario.
En consecuencia, la experiencia no solo limita a los libros, sino al reconocimiento y concientización en relación a lo que sucede en el barrio. Las costumbres y tradiciones se adhieren a la Biblioteca; los huehues se entremezclan en los relatos y la expresión artística de los lectores se plasma en paredes, hojas, escritos y conversaciones.
En medio del diálogo surge también el elefante en la habitación: el estigma, las casonas vacías, los hoteles que se apoderan de más metros. La turistificación es un tema ineludible que se decide también expresar. Algunos vecinos participan en actividades para narrar sus experiencias frente a los procesos de la gentrificación, otros se unen a la convivencia y refuerzan los lazos tan necesarios para la subsistencia de la comunidad que hace al barrio.
“Todos lo vecinos siempre en diciembre nos dicen “yo te pongo esto” “yo te dono una piñata”, nos contó Roberto; en la narración se cuelan los nombres de Don Ramón, de una señora Adriana, de más personas que persisten en el barrio, en la lucha silenciosa para que la comunidad se fortalezca.
Biblioteca Alma es solo uno de los 10 puntos de lectura en el estado de Puebla, tres de los cuales se encuentran en distintas zonas del municipio. Dentro del barrio, más proyectos culturales luchan desde su trinchera.
Artesanía y lucha
A unas calles de la Biblioteca Alma, Francisco Villafañe prepara su material para conformar otra escultura de cartonería. En su taller, cada rincón es ocupado por máscaras, criaturas, calaveras, rostros de huehues, todo elaborado a través de cartón. Hay también planos y borradores, bocetos de próximos proyectos y música que les acompaña en su proceso artístico diario.
“La intención de, yo creo que la mayoría que están haciendo cuestiones culturales, es colectivizar” nos afirmó el creador y promotor cultural. Villafañe nos contó que él también impulsa esta idea desde el proyecto de nombre “La Ratonera de Cartón”, una iniciativa que busca llevar el arte y la cultura a las calles del barrio. De hecho, la Ratonera ya ha participado en conjunto con otras propuestas, incluidas la Biblioteca Alma.
Más allá del barrio, incluso, estas iniciativas se amalgaman en ocasiones. Proyectos como Los Tamalistas y El Callejón del Gañan, ambos del barrio de Xonaca, sobresalen en la narración de Villafañe, pues -dados sus propósitos- mantienen comunicación y crean comunidad entre barrios originarios.
“Siento que se hace una comuna de los barrios. Mientras más puntos tengamos para la cuestión de la cultura es mucho mejor”
Mientras Villafañe continúa su actividad artesanal, las calles que le han rodeado y acompañado por más de tres dedicadas le recuerdan la crisis que el barrio vive. Algunos de sus amigos también han migrado hacia las periferias del municipio frente a las transformaciones y la imposibilidad de sustentar los espacios que antes eran sus hogares.
La expresión artística y cultura son la clave en estas modificaciones, dado que conforman un último escudo ante las intenciones externas. Tal como Villafañe sugirió, quizá sea ideal convertir algunas de las casonas abandonadas en símbolos de resistencia antes de que otros intereses se adueñen de los espacios. Sin embargo, el poder sigue siendo un pero en una historia de injusticia y desigualdad.
Las ruinas del Recek
Alguna vez se vieron docenas de personas reunidas en las gradas del Teatro Popular José Recek Saade. Algunos años atrás se montaban obras de teatro, danzas y performances articuladas por la comunidad; bandas de rock y cumbia; kermesse y exhibiciones. Todo concurría en un teatro cubierto de arte urbano, cobijado por los vecinos del Alto.
El primer pretexto para su cierre indefinido fue la pandemia, nos recordó Palmira Gonzalez, bailarina profesional y ex tallerista del Teatro. En aquel momento las circunstancias ameritaban una pausa para un reencuentro ansiado. Al final, se supondría que las actividades se retomarían, la música volvería a dar eco y las voces se reunirían.
Pero el regreso nunca llegaría. A los talleristas del Recek, a los aledaños al barrio y toda persona que creció junto al teatro rehabilitado por la comunidad desde 2003, a todos se les notificó que el retorno no era una posibilidad. Al menos no para ellos.
Palmira recuerda que mientras intentaban continuar con sus actividades de manera virtual, se enteraron de su despido injustificado. No hubo notificaciones directas, solo un cambio de talleristas virtuales que reemplazaban a los artistas de la comunidad del Alto. El arrebato del espacio ocurría frente a sus ojos.
Durante ese periodo, 2021 y 2022, vecinos del Alto y talleristas buscaron visibilizar la situación; hubo protestas pacíficas frente a un recinto cerrado con cadenas y candados; algunos talleres intentaron levantarse frente a la entrada del teatro cuando la pandemia comenzó a difuminarse. Hubo intentos intentos de diálogo con las autoridades. Pero pretextos siempre habría y el último sería la falta de acuerdos que el IMACP debía hacer con CONAGUA para que el Teatro fuera considerado espacio artístico y no desagüe.
Nada se ha hecho desde entonces y el teatro permanece vacío.
El luto se extiende hasta hoy.
Palmira recuerda con cariño y nostalgia; ella que inició talleres de Danza contemporánea y Expresión corporal en 2014 y que se adhirió a la comunidad del Alto de manera orgánica. En su paso, numerosos alumnos compartieron momentos de artisticidad y esparcimiento. El teatro era un hogar y una identidad para muchos.
Si se camina cerca del Teatro, a las orillas de las rejas, solo se alcanzará a notar el deterioro; la basura acumulada y el polvo sobrevolando: “Hasta la fecha se mantiene comunicación para saber cómo está el espacio físico pero ha sido difícil (…) aunque queramos regresar y limpiarlo está fuera de nuestra posibilidades ”, nos expresó con pesar Palmira.
Pero los relatos no se borran, los esfuerzos no desisten y las voces no se acallan en medio del silencio forzado que busca opacarlas. Recek es un recordatorio de la necesidad de continuar con el ruido.
“El barrio del Alto, es un barrio con mucha historia, con muchísima identidad, con mucha fuerza. Creo que es muy importante que desde las artes nos acerquemos a la identidad de estos lugares, de estos barrios”.