Los besos se han catalogado como una de las expresiones indispensables del amor romántico (aunque esto puede ser debatible dependiendo de las diversas prácticas colectivas e individuales que pueden ir reconfigurando su significado), pero, aunque se podría asumir que estos surgen como muestra de afecto, algunos expertos han diferido con la idea.
Así se recordó en un reciente reportaje publicado por DW, en la que se señala que estos en realidad habrían surgido como una forma de limpieza de parásitos. Según la propuesta, el investigador Adriano R. Lameira, de la Universidad de Warwick, teoriza que los besos eran parte de un ritual de limpieza a consecuencia del bello facial.
Bajo el nombre de «hipotesis del beso final del acicalador», publicado en la Revista Evolutionary Anthropology», los simios -es decir nuestros antepasados- presionaban los labios y succionaban para limpiar parásitos escondidos en el pelaje, tras el acicalamiento.
Con el paso de los años, ocurre la pérdida del pelaje, y este gesto continúa pero se transforma a una práctica social hasta llegar a ser lo que hoy conocemos. También existen teorías relacionadas con la lactancia y otras que sugieren que este inicia como un acto social desde un principio (ya que más de un centenar de culturas lo incluyen como costumbre, según un estudio de 2015).
No obstante, la teoría propuesta por R. Lameira, parece ser un punto clave para acercarse a un hipótesis más clara, tomando en cuenta otras perspectivas y especulaciones basadas en investigación. Además, hay que tomar en cuenta que el significado de este gesto físico no solo refleja un símbolo romántico.
En Roma, por ejemplo, se identificaban tres tipos de besos: el osculum, en la mejilla que expresaba afecto social o familiar; el basium, un beso en los labios sin connotación romántica y el savium, un beso apasionado y con carga erótica. Como estas interpretaciones existen muchos origenes dependiendo del contexto.