Bajo el sol de mayo, por las calles del Barrio de los Sapos fluyen paseantes disfrutando el ambiente pueblerino, austero y exótico en relación a su contexto nativo, donde el inglés se mezcla con acentos de diferentes regiones del mundo y se enmarca con un monótono Hotel Cartesiano que, desde 2017, llegó al barrio, extendiendo sus intereses con la ocupación de edificios, provocando cambios en el ritmo de vida de las personas que vivieron en aquel sitio del Centro Histórico de la ciudad de Puebla.
El barrio de Los Sapos. Aquí como en otros sitios de Puebla, y de México, convive una pluralidad de voces tanto de sus habitantes y como de visitantes.
De los vecinos originales que ocupaban las casas ya solo quedan dos edificios sobre la 3 oriente, con apartamentos en su mayoría rentados por medio de Airbnb a extranjeros. Ya pasaron los tiempos en que niños jugaban y correteaban por los patios de las casonas, de los negocios de barrio, como tortillerías o talleres mecánicos, para dar lugar a restaurantes conceptuales, bares y hoteles tipo spa.
Trabajadores en los cafés y los parques, vecinos y habitantes, relatan que la zona pone por encima un modelo de turismo, que si bien trae beneficios, ha dejado de lado a sus residentes originales.
“Yo vivía cerca de aquí”, nos dijo un señor mientras recogíamos material gráfico para este reportaje. Con su caja de productos, se sentó cerca de nosotros y nos platicó cómo, en aquel barrio de los Sapos —donde cada sábado llegan los vendedores de antigüedades y muebles rústicos—, la vida del barrio y de los poblanos ocurría sin trastornar el ritmo urbano del centro, pero los cambios en favor de las políticas de fomento al turismo les pegaron a las personas.
“A uno le afecta porque tiene que pagar a precios de turista, así es, solo están desbaratando la ciudad de Puebla; nos van encarcelando, aquí por la Clínica 2 (del IMSS) ya no se puede pasar”, nos dijo el señor, criticando los proyectos de peatonalización para una ciudad de calles pequeñas y poco aptas para recibir camiones de gran peso de turistas.
Mientras veíamos a lo lejos cómo descendía un grupo de personas, posiblemente de otro país, el señor añadió: “Puebla no es muy grande, se está achicando con tanta gente y tanto auto”.
Volvimos a la calle 3 oriente, donde edificios bien pintados por fuera, pero al interior caídos y muy descuidados, dan marco al monótono Hotel Cartesiano, del que nos dijo indirectamente una arquitecta que le parecía de los más grotesco, como si el recinto fuera un cuerpo con las tripas de fuera, aludiendo al diseño de tener las escaleras al exterior, dando una idea “hogareña” en su recepción a los turistas, pero agresiva y mordaz para el local.
De acuerdo al reportaje de La Jornada de Oriente titulado «Daño al Centro Histórico causado por el hotel Cartesiano busca camuflajearse», firmado por la periodista Paula Carrizosa, la casa ubicada con el número 610 de la calle 2 Oriente del Centro Histórico perdió sus características arquitectónicas cuando debieron respetarse por estar dentro de cuadro del casco histórico y en el Catálogo Nacional de Monumentos Históricos —con el número 21140010159— del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Aquel recibidor “Amable”, inaugurado en noviembre de 2017 junto al resto del recinto, contrasta con el diseño del cuerpo del Hotel a modo de fortaleza bizantina, donde los gruesos muros exteriores podrían dar espacio a la colocación de cañones de chispa y el apuntar de arcabuces.
“La voracidad empresarial rebasa cualquier concepto”, nos platicó el músico Charly Pata en una entrevista que pudimos agendar algunos días después, quien habló de las consecuencias de la agresiva gentrificación en el barrio, negando el paso a los peatones y privilegiando el tránsito de coches.
«Creo que se pueden hacer muchas cosas sustentando a la comunidad. la gentrificación es un modelo individualizante, ambicioso, no tiene límites, pasa por encima de todos y de todo; corrompe, se adueña de calles y banquetas y tú, como ciudadano, debes darte la vuelta para que puedan bajar los turistas de su autobús con comodidad».
Por más de treinta años Charly Pata ha vivido en el Centro Histórico de Puebla y se pregunta, ¿en qué nos beneficia esa idea de que las cosas sólo sean bonitas para el turista que viene de paso?, y se responde: «en el fondo eso es mentiroso, basta salir por las calles de la ciudad para ver cómo termina el centro al final de las vacaciones».
A diferencia de nuestro amigo comerciante, Charly ve en la peatonalización una posibilidad para dignificar la vida en el Centro, “mucha gente no puede ver la vida sin el auto a tres calles, estuve a favor de la peatonalización siempre que se tomara en cuenta a los sujetos”.
Volvimos con algo de tristeza a las calles del Edificio Carolino, cuna de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), y al voltear a la izquierda nos topamos con grafitis y arte urbano creado por jóvenes, muy jóvenes, quienes —conscientes de la destrucción de su ciudad por la gentrificación y la consecuente expulsión de los poblanos de sus viejos hogares para crear Airbnb de extranjeros—, manifiestan en español y en inglés “Cállate gringo blanco” y “gringofobia”, no como un ataque genófobo o en contra del turismo, sino de las personas que fomentan la gentrificación, que sube precios y hace la vida más difícil.
Estos procesos gentrificadores, propiciados por el sector empresarial, también se traducen en la protesta contra la estadía de personas extranjeras de altos ingresos, que sí bien son parte del problema, no son el origen del mismo.
Entre consignas censuradas por la paz en Palestina, el grito por la defensa de nuestros hogares y el derecho a una vida digna está en los muros y las calles del Barrio de los Sapos.