Por más de 400 años, la gente vivió con problemas de inseguridad, falta de agua y desprecio de los gobiernos, pero desde finales del siglo veinte el despojo se normaliza, el aumento de impuestos es cosa de cada año y menos niños y jóvenes habitan el Barrio.
Más de 400 años nos contemplan cuando pasamos por las calles del Barrio del Alto de la ciudad de Puebla. Bajo sus casas yacen los restos de la prístina ciudad angelopolitana donde el franciscano Motolinia celebró la primera misa en 1531 pero que las aguas destruyeron y dieron pie a la edificación de la actual Angelópolis al otro lado del río de San Francisco.

Junto al convento habitado por el beato Sebastián de Aparicio, el Barrio del Alto recibió a personas de Tlaxcala y Cholula, quienes dieron vida al barrio mientras quienes se sentían más españoles ocupaban el otro margen del río.
Las aguas fluían por los lavaderos de Almoloya y refrescaban las conversaciones de las mujeres poblanas, las calles empedradas eran transitadas por la procesión de Viernes Santo y los huehues criticaban a los gachupines explotadores. Por más de 400 años, la gente vivió con problemas de inseguridad, falta de agua, desprecio de los gobiernos, pero desde finales del siglo veinte y hasta nuestros días, el despojo se normaliza, el aumento de impuestos es cosa de cada año y menos niños y jóvenes habitan el Barrio del Alto porque sus padres y abuelos ya no pueden vivir en sus casas y vecindades.
Por la calle 14 oriente circulan los vehículos en lo que fue el lecho de un antiguo brazo de agua que alimentaba el caudal del río San Francisco, ahí conocimos una familia que, con gusto, nos invitó a conocer su espacio de trabajo.
“Nos estamos muriendo”, dijo el señor José Lino, dueño de un taller de reparación de llantas mientras platicamos con él y su familia después de invitarnos a pasar a su espacio de trabajo. “No quitan el agua, las casa ya no las habría la gente, ya no hay niños”, platica con tristeza don Lino, a lo que se suma el aumento de impuestos y la desaparición de negocios familiares en el Alto.
Sobrevivir con Arte en el Barrio del Alto
Entre los restos del subsuelo de la vieja ciudad arrasada por inundaciones, afloran aún los caudales de los ríos antiguos en temporada de lluvia. Por las calles empedradas, son los habitantes quienes hacen pervivir el barrio golpeado por las especulaciones en los precios de las casas y la salida de los vecinos originales de la zona. Pese a esos golpes, lo que mantuvo unida a la gente del barrio fue la cultura gracias a las obras y talleres que se impartían en el Teatro Recek, fundado en el año 1976 en honor al poeta, dramaturgo y actor José Recek Saade.
Lo que fue una historia de esperanza y cómo el barrio puede hacer cultura, acabó siendo un proyecto traicionado por el gobierno de Puebla. Los conciertos, las obras de teatro, los talleres de danza, guitarra y artes plásticas y proyectos de gestión fueron arrancados por las administraciones municipales de Puebla.
De aquel momento, también nos platicó la bailarina profesional Palmira González, quien fue una de las maestras del Recek. Con tristeza, recordó cómo los niños acudían a sus clases cuando la danza contemporánea era algo ajeno a su entorno y, junto a jóvenes, promovieron los talleres del Recek por las calles de Puebla con presentaciones callejeras. Pero el cierre del teatro durante la pandemia truncó la difusión de la cultura, y personajes como la directora del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, la morenovallista Anel Nochebuena, se han puesto del lado de proyectos de muerte como lo es la gentrificación de los barrios de Puebla.
Hoteles para ricos y turistas
Caminando entre casonas vacías de la calle 14 oriente, cerca del templo de San Francisco, se alza agresivo y excluyente el Hotel Bayan Tree o Rosewood, que ha cercado lo que fueron los lavaderos de Almoloya junto con su parque, se han apropiado de la Capilla del Cireneo y su sola presencia absorbe el agua que necesita la gente para vivir.
“Nos quitan el agua”, nos había dicho don Lino; recordamos sus palabras mientras contemplábamos el hotel construído en tiempos de los gobiernos Morenovallistas.
“Ya están abiertos los lavaderos al público pero no sabemos hasta cuándo”, nos dijo una guía cuando nos acercamos al portón que por años estuvo cerrado,, para que el espacio público fuera privatizado en favor del hotel.
Para nuestro reportaje también platicamos con el artista plástico Francisco Villafañe, los trabajadores de la Biblioteca Alma y los panaderos del barrio. Falta agua, nos dijeron, faltan servicios, añadieron, y la gente se va, agregaron, mientras señalan al hotel de lujo edificado en la zona en lo que fueron casonas y antiguas fábricas.
El barrio se muere, gobiernos de derecha, autoritarios y de izquierda pasan, nadie detiene el avance de los especuladores. Las oficinas de la administración estatal en Casa Aguayo solo ven pasar los atropellos. Dicen que siempre hubo delincuencia, falta de iluminación o agua, que es cosa de cada siglo; pero es en estos años que el Alto ha perdido a su gente y el silencio prepondera sobre los gritos de los huehues, los cánticos de las procesiones de Semana Santa, los talleres de Teatro Recek y las risas de los niños en las vecindades.