Banda y organilleros, la alianza espontánea contra gentrificación

La música –o el “ruido”– se está configurando como la herramienta orgánica para la lucha contra la gentrificación. Ya se ven cientos de personas bromear (¿bromear?) con organizarse para hacer ruido frente a los grandes hoteles y entre las calles más afectadas por el alza de precios en productos básicos, renta y todos los cambios paulatinos que afectan a los residentes.

Haciendo ruido se está abriendo paso la protesta que, aunque ya había estado presente por años en México, ha retomado más atención desde las movilizaciones en Oaxaca el pasado mes de enero en el que incluso se registraron detenciones a pesar de tratarse de una marcha pacífica.

De la mano de manifestaciones se está creando una peculiar reivindicación de los aspectos que, o pasamos desapercibidos por su cotidianidad o con los que no se armonizaba propiamente pero, se sabe, pertenecen a una tradición establecida en el país. A mediados de este mes le tocó a los organilleros.

Aún días después, la indignación prevalece contra la modelo estadounidense, Breanna Claye por el desprecio por las cajas musicales de madera y sus usuarios, y ha impulsado -tanto a manera de mofa como con verdadero interés- un mayor respeto por la actividad.

Y ahora, con los grupos de banda en Mazatlán, la música o “el ruido” está probando ser el mejor instrumento para combatir el intento de apropiación (por no decir neocolonización): ante los anuncios de prohibición de bandas en las playas de Sinaloa, puestos por los grandes propietarios de cadenas hoteleras que reciben quejas de sus huéspedes, los residentes del lugar están respondiendo.

“Que ya hay muchas cosas mexicanas en México dicen los extranjeros” señalaron usuarios en plataformas.

Aunque gran parte de esta indignación y discusión parece quedarse en redes, el cuestionamiento y la acción existe. Se está hablando. Con suerte (o más bien intención) puede convertirse en una vía para proteger y defender los derechos de los trabajadores y de los habitantes de las localidades frente a “movimientos” empresariales o gobiernos que oprimen activistas.

Porque aquí hay que recordar: la gentrificación no solo la hacen extranjeros sino también la poca población en nuestro país que acumula grandes riquezas (llámense empresarios, privilegiados, etc), quienes inciden en las políticas públicas bajo argumentos clasistas y racistas -como la existencia de una supuesta alta cultura y baja cultura- o bajo parámetros occidentales.

Y que se sepa también que no estamos exentos de esta crítica. Cuando se vertieron todos los señalamientos hacía la modelo Claye, hubo quienes recurrieron al racismo para defender a los organilleros, algo que contradice lo que se condena.

Tampoco se trata de despreciar o despotricar contra un tipo de música o arte (porque sí, hay quienes salieron a la defensa de las medidas que los empresarios en Mazatlán están tomando). A nadie le gusta despertarse a las 3 de la mañana por una bocina o ser interrumpido en cualquier actividad, sin importar la música que sea; es más bien la manera en que el intento por desaparecer dinámicas tan esenciales, como lo es la banda en estados del norte del país o los organilleros en centros históricos, puede afectar de manera grave al arte, la cultura y la economía en favor de un colonialismo silencioso.

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