En el aire se respira movimiento y esta fecha se vuelve tendencia en X. Pronto me siento en un espejo. Lo que vi horas antes con la gente que se reúne a escuchar a AMLO se refleja en sus palabras.
En el zócalo de la Ciudad de México, como un reflejo de la urbe que lo resguarda, siempre está pasando algo. Desde los turistas haciéndose limpias hasta las decenas de gatos que descansan en el atrio de la catedral. El 1 de septiembre, por supuesto, no es la excepción. En el aire se respira movimiento y pronto esta fecha se vuelve tendencia en X. Cientos de personas están aglomeradas en las calles aledañas, una mujer de la tercera edad posa junto a una imagen de López Obrador y grita «¡Vengo a apoyar a mi peje!»
En medio del zócalo, abajo de la bandera de México, se encuentran la quietud y la tristesa. Rodeadas de vallas con rostros que no han vuleto a ser vistos, familias buscadoras sostienen las imágenes de sus hijos desaparecidos. En un espacio pequeño están ellos, una mesa con alimentos y casas de campaña pegaditas una con otra. Ahí han permanecido por 15 días y noches. Laura Sánchez toma su andadera y se acerca a hablar con los medios, ella busca a su hijo desde 2019 «ahora la misma autoridad me lo tiene secuestrado», enuncia y explica que aunque su hijo fue localizado con vida por la Fiscalía de Tamaulipas en 2020, ahora está en un CEFERESO de Michoacán y desconocen la razón. Afirma que no quieren problemas, sólo una reunión con el presidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta electa Claudia Sheinbaum. Hasta que la consigan ahí permanecerán.
Siete de la mañana. Tres horas y media antes del último informe del actual presidente. Los policías abren las vallas, entra el aglomerado de gente, cuerpos juntos que no pueden más que permitirse caminar al mismo ritmo, aún así algunas personas de medios y youtube se las ingenian para hacer entrevistas mientras caminan. En la inmensidad del zócalo y las miles de sillas, la muchedumbre se dispersa, se ve pequeña, se acomodan en sus asientos. Las familias pronto comienzan a desayunar sacan sandwiches, topers con mole y pollo y vasos con frutas en almibar.
Los espacios comienzan a llenarse. La gente saca letreros de agradecimiento por los programas sociales, por incluir a un sector de la población al que ningún político le había hablado antes. Junto a un gran muñeco inflable de AMLO con la banda presidencial y los brazos abiertos, un hombre acapulqueño con su sombrero de palma sostiene sonriente una cartulina verde y menciona: «Es el mejor presidente que hemos tenido, queremos darle las gracias por el apoyo que nos dio tras el huracán Otis». Los agradecimientos continúan por parte de personas que vienen de Tijuana, de una niña que reconoce las becas para sus estudios, de una mujer madre de una persona con discapacidad y de una pareja vestida con trajes típicos.
En mi infancia, mi abuela me llevó a muchos eventos de López Obrador. Recuerdo en particular uno, en Puebla, era la presentación de un libro. El edificio estaba en el Boulevard 5 de mayo, el evento se realizó en un estacionamiento oscuro que estaba hundido y desde el cual podían verse los pies de las personas que caminaban en la banqueta. Recuerdo que sentí una mezcla de miedo e indignación, sentí que estábamos haciendo algo malo y a escondidas. Cuando crecí me di cuenta de que la sombra, la incomodidad y las situaciones fuera de lo común rodeaban a la figura de Andrés Manuel López Obrador y su relación con la gente.
Lo vi en videos, había sido años antes de cuando nosotras lo escuchamos y a Lorenzo Meyer en el estacionamiento, la gente estaba en el zócalo de la Ciudad de México y lloraba con una tristeza profunda. Fue el momento en el que se aplicó el desafuero en su contra, hecho que pareciera ser de esos momentos dolorosos que establecen vínculos. Así la gente, hoy grita ¡Es un honor estar con Obrador! 20 años después, ese momento continua encerrado en su garganta y marcando una etapa de vivencias y acompañamiento.
«Desde que empezó la lucha del presidente contra el desafuero he ido a todas sus manifestaciones aquí en Ciudad de México», me dice el señor Octavio, atrás de él se ve la bandera y una multitud que crece. Él se acercó a mi para que lo entrevistara. Quería hablar de su apoyo al presidente. Todos lo hacen de alguna forma, no lo ocultan. «Las despedidas también son una celebración», dice la joven que está subida en el escenario y que entona décimas sobre sones y mujeres. Sin duda la comunidad de Tlahuac está de acuerdo con ella.
Ellos llegan todos juntos, con carteles que muestran el nombre de su alcaldía. Algunos hombres usan unas festivas cabezas de la caricatura de López Obrador, como una mojiganga, llegan bailando. Al fondo una banda toca tambores, tubas y trompetas. Se encuentran con otras bandas que pasan y fusionan su música por momentos. La gente danza cuando los escuchan y siguen su camino para ocupar su lugar, aunque para estos momentos la mayoría no alcanzará una silla. Empiezan a llegar las alcaldías de Iztapalapa y Xochimilco, también muestran su nombre con orgullo.
López Obrador llega entre los aplausos de la gente. Giran a las pantallas. La comida sigue. Frente a mi, veo a unas personas mayores. Uno de ellos saca dulce de frutas de una vasija, lo sirve de forma abundante en vasos de plástico y lo pasa a los hombres y mujeres que lo rodean. Recuerdo de nuevo a mi abuela. Por un momento, el tiempo se siente suspendido a pesar de la consigna «¡Es un honor estar con Obrador!». Hasta que habla y comienzan a gritarle «¡No te vayas!».
Pronto me siento en un espejo. Lo que vi horas antes con la gente que se reúne a escucharlo se refleja en las palabras de este hombre canoso cuya imagen me ha acompañado toda la vida, de forma involuntaria. «Como es arriba es abajo», sé que es exagerado usar esta frase tan profunda en este contexto pero no se me ocurre otra analogía mejor. Pondré algunos ejemplos, él habla de los apoyos sociales, «derechos humanos» como corregirá Luisa María Alcalde horas después en la primera sesión del Congreso Nacional y entre la gente son visibles las cartulinas que cargan hombres, mujeres, infancias y adultos mayores que justo eso le agradecen.
Cada vez que puede, menciona a Claudia Sheinbaum como una mujer capaz que continuará con el proyecto e invita a la gente a gritarle a ella el histórico grito de «¡Presidente!» con una dosis más de cambio «¡Presidenta!». La gente lo sigue en su entusiasmo, confían y esa trancisión y esperanza también es visible de forma simbólica. Los muñecos que representan a López Obrador ahora no están solos. Con el mismo cuidado y ternura con los que cargan su representación, algunas personas también sostienen a una muñeca con chaleco guinda y una alta coleta.
«¡Lo que quieren los oligarcas es poder sin pueblo. Al carajo con ellos!» enuncia el actual presidente y la gente aplaude y grita. Continua presente la gente de Tlahuac, de Xochimilco, de Iztapalapa de esas alcaldías que eran enunciadas como lugares peligrosos que no debían visitarse, casi ni nombrarse. Ellos están aquí. «He servido a un pueblo trabajador y honesto» una persona le agradece en nahuatl y también un grupo de campesinos de Hidalgo que sostiene la fotografía de AMLO con una corona de flores.
Han pasado más de dos horas desde que inició el informe. Las familias buscadoras están sentadas bajo el asta bandera. No hay una mención para ellas en el discurso. «No se tortura, no se desaparece a nadie, no se violan los Derechos Humanos», enuncia el presidente. Han estado ahí por 15 días. Dijeron que permanecerían hasta que Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum los recibieran pero no les es posible por cuestiones de salud y personales. Horas después, cuando el cielo comenzara a oscurecer, retirarían su cosas, las casas de campañas que habitaron, la mesa y los rostros de sus familiares impresos en papel.