Aunque se corresponde con los políticos asociados a Miguel de la Madrid, el último candidato del Partido Hegemónico PRI, Labastida Ochoa, se integra a las cruzadas morales que buscan regenerar al antiguo Partido Oficial. Es un político moderado que hace su aparición, probablemente demandando que el antiguo priismo sea purgado del actual dirigente Alito Moreno.
La mesura y prudencia de Francisco Labastida lo llevo a ser el candidato más débil del PRI que permitiría el triunfo de Vicente Fox. Así como Miguel de la Madrid fue un político impuesto desde la Casa Blanca y apoyado por la ultraderecha mexicana que preparaba el arribo del neoliberalismo, Labastida se sometió al zedillismo para aceptar las condiciones norteamericanas que exigían la alternancia política en México.
Los intentos de ruptura con el zedillismo probablemente se inscriban en la sintonía de romper con el neoliberalismo y recuperar algunos jirones del PRI tradicional. Es innegable lo que el antiguo gobernador sinaloense señala del antipriismo que caracterizó al Presidente Ernesto Zedillo, pero también es cierto que Labastida y el Grupo Atlacomulco lo aceptaron sin queja alguna, probablemente porque los beneficios habían sido importantes o resultaba inevitable la alternancia. Ultraderecha, Atlacomulco y Tecnocracia se convirtieron en la versión mexicana del burocratismo tecnocrático militar sudamericano.
El gobierno de Miguel de la Madrid fue el preámbulo del neoliberalismo, aunque Francisco Labastida pretenda una ruptura con el zedillismo lo cierto es que tienen más parecidos que disonancias.
Así como la corrupción es connatural para con Alito Moreno, el nacionalismo no es una carta creíble en Francisco Labastida. No obstante, eso de inglés y computación fue -y sigue siendo- una gran necesidad de los mexicanos; el propio Fox terminó concediéndolo.
Los señalamientos sobre la sana distancia zedillista del PRI pueden ser aleccionadores para Claudia Sheinbaum y Morena; nada es más seguro en la derrota de un partido en control del gobierno que la separación entre el Jefe de Estado y el partido del que proviene. Una cosa queda clara, el PRI será un partido satélite del oficialismo y los que se animan a regentear la estructura operativa están proponiéndose al Grupo en el Poder como los mejores intercesores.
La cultura priista es inmorible, pero el PRI se encuentra en una agonía increíble y tragicómica. Las memorias de Francisco Labastida serán un aliciente para estructurar la narrativa que explique la degeneración priista.