Al pasar por la avenida Palafox y Mendoza, el silencio ocasional surge entre pausas del tráfico de coches. Antes, las fiestas patronales, los gritos de los comerciales en bicicleta y las risas de los niños jugando a la pelota afuera de las vecindades daban el ritmo y compás con que se movía el Barrio de La Luz.
Ahora, en la Puebla gentrificada, donde primero están los turistas y su dinero, no se escuchan ruidos populares; se encubren olores intensos, y los murales que ofenden la vista del visitante foráneo son borrados.
Barro y arte desde el siglo VXII
El Barrio de La Luz se asentó cerca de donde las tierras arcillosas de tonos ocre podían extraerse para la elaboración de piezas de barro. La sutil línea marrón de las ollas decoradas tras su bruñido se conjuga con la acera de la avenida Juan de Palafox y Mendoza, conocida en el periodo decimonónico como “Calle de Carrillo”, nos da paso al último horno y taller donde aún se elaboran piezas de cerámica.
Los sahumerios para las ofrendas mortuorias del Día de Muertos en barro crudo se alinean junto a una pared del interior del taller a la espera de entrar en los hornos. Con mucha atención nos reciben los artesanos que conservan una tradición de casi cuatro siglos. Don Arturo López Cano, representante del gremio de alfareros y perteneciente a la quinta generación de artesanos, platicó con gusto pero con un atisbo de rutina, como si llegara periódicamente un reportero buscando notas, un estudiante de humanidades haciendo su tésis o un turista curioso a conocer el taller.
Don Arturo nos invitó a los tornos, al área de cocido y a los almacenes. “Vienen políticos en campaña”, recuerda, «pero no ayudan». Arriban los autobuses con turistas, pero el gobierno no los apoya económicamente para darles recorridos. Salimos muy agradecidos y continuamos avanzando por la Palafox.
Después, pasamos enfrente de un taller de Talavera reconocido con galardones y negocios en ultramar, pero seguimos avanzando buscando un testimonio más carnal del barrio. Al fin nos encontramos con una pequeña fonda llamada Lucoa. “Antes era una tortillería”, platica la encargada del negocio. “Ha cambiado mucho el barrio”, reconoció. Hay más seguridad, más gente de dinero viviendo en apartamentos lujosos, en sitios antes ocupados por casonas, pero la gente que nació en La Luz se va.
Ya no hay lugar para una tortillería cuando no hay vecinos que compren. El silencio en nuestro paseo, interrumpido periódicamente por el tráfico, prepondera. Giramos en una esquina para toparnos con las ruinas de una casona y enfrente, otro hotel para turistas llamado “Parador de La Luz, casa de experiencias”.
De los baños públicos para mujeres recién aliviadas del parto y los señores con reumas solo queda uno al costado de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz y a unos metros del mercado.
Entramos a los “Baños de Vapor de La Luz” para conocer el sitio. “Antes había más baños, solo quedan estos”, dijo el encargado que nos atendió. Aún llega gente y el agua fluye, pero la rutina de la higiene comunitaria se va perdiendo en la zona.
Nos despedimos del encargado al que entrevistamos y seguimos caminando por la calle 2 oriente rumbo al bulevar 5 de Mayo. La acera templada para aparentar ser un empedrado colonial nos dirigió a casas en ruinas y espacios abandonados.
Nos acercarnos al hotel “Ikonik”, un recinto asentado en las ruinas de la Quinta Villa Flora, del que sólo queda el frente.
En la esquina opuesta al hotel Pet Friendly no nos topamos con el mural por la lucha de las víctimas de la violencia ácida, alguien ordenó borrarlo. La activista Carmen Sánchez nos dijo que se recuperará, que ya la habían contactado las autoridades del municipio para repintar. Así, el silencio de las víctimas se acopla al de los vecinos expulsados de un barrio, silenciado por gobiernos y grandes negocios gentrificadores.