La reciente concentración política de MORENA, celebrada el domingo, ofrece una oportunidad inmejorable para reflexionar sobre la persistente relevancia de las tesis de Maurice Duverger y Luis Javier Garrido en el análisis de la evolución política mexicana. No es la ambición de la Cuarta Transformación de consolidarse como un partido hegemónico lo que genera inquietud, sino la palpable realidad de que este proceso difícilmente puede materializarse en este sexenio y bajo la actual dirigencia morenista.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue, durante décadas, un fértil campo de estudio para la politología, precisamente por su intrincado proceso de institucionalización, sus sofisticados mecanismos de comunicación y su arraigado corporativismo. Estas y otras prácticas de intermediación le permitieron al gobierno una toma de decisiones efectiva y una estabilidad que, al menos por dos sexenios, la simbiosis partido-gobierno ha sido puesta en entredicho por la 4T con su actual dinámica.
La visión de un gran partido de masas, capaz de permear cada rincón electoral del país, fue una realidad innegable bajo el PRI. Sin embargo, esta hegemonía no se forjó de la noche a la mañana ni se construyó únicamente con discursos. Fue el resultado de una concertada acción gubernamental, una vasta red educativa, un robusto sistema corporativista y una visión prospectiva a largo plazo, todo ello bajo el paraguas de una escasa democracia y una «dictablanda» como práctica gubernamental.
Paradójicamente, MORENA ha postergado durante más de un sexenio el fundamental trabajo de construcción partidista y de consolidación de su militancia. Parece confundir el clientelismo, característico de la etapa de declive del PRI, con los mecanismos genuinos que podrían dar forma a un pragmatismo progresista nacionalista actual. Esta omisión resulta preocupante, pues la edificación de un partido es una labor ardua e ineludible que no admite aplazamientos ni debilitamientos.
Además, los movimientos sociales, por su propia naturaleza, rara vez logran una transformación exitosa en partidos políticos. Su intrínseca dificultad de institucionalización se manifiesta en una inevitable desconexión, y a menudo, un franco conflicto, con las élites dirigentes. La multiplicidad de intereses que coexisten dentro de los movimientos sociales, facciones, tribus y caciques que confluyen en la Cuarta Transformación no solo son dispares, sino que han sido insuficientemente atendidos y, por ende, resultará sumamente complejo subsumirlos en una gran institución cohesionada.