La había visto hace unos días en fotos, con su playera verde y una sonrisa de estrellas. La atleta Brenda Osnaya sostenía un papel que decía «¿Te quieres casar conmigo?» Las vi en imágenes, a ella y a su entrenadora y novia abrazándose. Ahora estaba frente a mi , rodeada de algunas personas de medios de comunicación y al lado del tumulto que rodeaba a Gloria Zarza.
El aeropuerto de Ciudad de México un miércoles por la tarde goza de una extraña mezcla de tranquilidad y dinamismo. Las personas esperan sus vuelos con maletas acumuladas, compran café para acortar el tiempo. El viaje parece empezar desde la espera, desde el ritual previo para abordar el avión. A lo lejos se oyen trompetillas y vuelan papelitos de colores. En medio de gente que compactan sus cuerpos para verla, está Gloria Zarza, la lanzadora de bala que ganó la primera medalla de oro para México en estos juegos paralímpicos.
Ella está en silla de ruedas y algunos reporteros se agachan para entrevistarla. No dejan mucho espacio pero los gritos revelan a las personas curiosas con maletas, lo que está sucediendo. Un niño de quizás unos seis años de edad está subido en un pilar de concreto sostenido por su mamá y su papá.
Su voz aguda es la que más se oye «¡Gloria es de oro!», grita mientras levanta su puñito, lo repite. Su papá lo abraza y le dice «ella es la mejor del mundo, hijo. Ella ha ganado muchas medallas». Yo también voy a hacerlo, dice el niño y sus ojos brillan. Para hacerlo tienes que entrenar mucho como ella, tienes que seguir yendo a la escuela y esforzarte mucho. Ella ha trabajado para lograrlo ¿Quieres verla?, el hombre toma a su hijito entre sus brazos y lo inclina sobre la multitud.
La vimos en fotos y en publicaciones que mostraban el esfuerzo y la invisibilidad de los atletas y personas con discapacidad. Entre líneas, si sabíamos de ella, pudimos nombrarla en nuestros adentros cuando el presidente reconoció a los atletas paralímpicos en su último informe de gobierno. Oímos la narración en inglés mientras ella gritaba con su uniforme rosado y lanzaba la bala más lejos que los demás competidores. En inglés porque Claro Sports, una de las pocas opciones para ver este evento en México, sólo ocupó a sus comentaristas en algunos momentos y en el caso de Gloria este momento fue hasta que le colocaron la medalla y sonó el himno mexicano.
Y ahora este 4 de septiembre, también la vemos frente a nosotros con el gorrito rojo que fue mascota en los juegos olímpicos, con su medealla en la mano y una bandera de México. No alcanzo a contar a las personas que están en la escena pero pienso que son más o menos cincuenta.
Algunos le hacen preguntas, otros están más lejos con ramos de flores y algunas personas de medios hablan con Brenda Osnaya, suspendiendo de vez en cuando la conversación, porque personas le piden rápido una foto y después se van. Ella tiene la misma sonrisa que en las imágenes que recorrieron las redes, un poco más cansada pero con una amabilidad que generan ganas de acercarse a ella.
El tumulto al rededor de Gloria continua. Los entrevistadores se accercan a tomarse fotografías con ella. Los papelitos verde, blanco y rojo vuelan de vez en cuando. Los ramos de flores pasan a sus manos. Los cuerpos de las personas están demasiado cerca de ella, algunos la abrazan por atrás y le dicen ¡Felicidades!. Una señora que por lo que escucho es su hermana toma su silla con firmeza y cuando la gente se distrae un poco avanza, dicen adiós con la mano y no se detienen.
Ellas salen por una de las puertas del aeropuerto. Volteó, ya tampoco está Brenda ni otro de los atletas que pasó desapercibido. Se fueron. ¿A dónde están los atletas paralímpicos el resto del año y los cuatro años restantes? ¿Durante ese tiempo alguien también se acuerda de ellos? Ese tiempo que resta en el que no están en una pantalla sino cerca de nosotros. Por ahora espero, que permanezca en la memoria de ese pequeño niño que gritaba con todas sus fuerzas ¡Gloria es de oro!