mayo 23, 2025 11:22 pm
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Las cosas que perdimos en el fuego y el horror que habitan las mujeres

Suele ser ahora muy común, como mexicanos, como latinoamericanos, burlarnos de nuestra propia indiferencia, ante lo catalogado como horror fantástico o sobrenatural: no tienen efecto alguno las apariciones nocturnas, los movimientos aparentemente inexplicables. Hay quienes dicen haber escupido al diablo o hacen volar muñecos poseídos. ¿Si el horror no está aquí, entonces, en dónde? La tradición literaria o la expresión audiovisual enfrentan dificultad cuando tratan de apelar a nuestros miedos e inseguridades. 

El verdadero horror se encuentra en nuestra realidad: encontrar un cráneo en la calle, vislumbrar figuras de infantes en situaciones de calle, pasar de lado  frente a victimas de ataques con ácido: ninguno escenario ajeno a la realidad de Latinoamérica. Es lo cotidiano, lo normalizado; las historias que se escuchan en todo momento. El horror está en lo próximo, más de lo que notamos. Al grado de hacernos indolentes. 

¿Qué es horror para nosotros si este se está dejando de ver también?

Mariana Enriquez tiene una posible respuesta,o al menos un recordatorio de lo que podemos llegar a concebir como terror. 

A Enriquez ya se le conoce por su amplio trabajo en el género del horror y el terror, un sector poco explorado en Latinoamérica, de acuerdo a sus propias palabras. Lo que ella hace, es recordar el horror en lo cotidiano, en lo que nosotros, particularmente insertos en países severamente heridos y traumatizados históricamente, sin desprenderse de los elementos del suspenso y las imágenes del horror. 

Su antología de cuentos, “Las cosas que perdimos en el fuego” inserta elementos de intriga, comunes en la literatura de terror y fantasía, completamente aterrizados en escenarios tan familiares. Intrigantes, especulativos y dolorosos. 

Porque son las situaciones del día a día (aquellas con las que se convive o que al menos se llega a escuchar en las noticias, sin pausa) las que deberían resultar aterradoras. 

Habitando el horror

Los relatos de Enriquez en esta antología son protagonizados por mujeres. Profesionistas, trabajadoras, activistas, estudiantes, vecinas. Personas que llevan su vida entre los barrios y con las calles dispares y marginalizadas en segundo plano. 

Pronto es notorio que quizá, la gran mayoría de estos personajes, comparten algo en común, además de la posición geográfica y, por ende, el contexto política y social: cada una vive sometida, además, a una situación de insatisfacción y replanteamientos. Enclaustradas en relaciones a las que no tuvieron alternativas, por la violencia, por las dictaduras …y la crueldad y el horror surgen de estas. 

El discurso crítico al machismo permanece latente en todos los relatos y se expone más aún otros, cuando es más que evidente que Enriquez busca dialogar sobre esas historias que a veces solo quieren verse como estadísticas. El texto homónimo que bautiza a la antología es el ejemplo más evidente: una historia sobre las víctimas de agresiones con fuego, a manos de hombres violentos. La gente teme a las mujeres, con la piel colgando, los rostros deformados, y no a la causa de sus dolencias. 

Pero ¿qué pasa cuando la misma violencia se apropia y reinterpreta? El horror se convierte en arma de las propias víctimas de violencia. Se convierte en una herramienta de lucha y bandera de un movimiento radical pero necesario, dentro de la narración. 

Si apropiamos las violencias que nos marginalizan, no hay más horror, sino normalidad. Tal vez a ello nos obliga Enriquez; a mirar sin voltear, a recordar que los temores no son ficciones ni lejanías, sino algo que debe volver a asimilarse como una realidad.

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