abril 25, 2025 6:01 am
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(Des)enraizar y huir de la humanidad: La vegetariana de Han Kang

Entre los bosques, las hojas y las raíces, Yeong-hye aferra sus pies en la tierra; sus extremidades asemejan las ramas de los árboles, quizá sus cabellos se mueven como las hojas entre las rafagas de aire. Al menos eso intenta Yeong-hye, que se dirige al bosque; que escapa la ciudad, que abandona sus rutinas. 

Nos sugiere a lo largo de más de un centenar de páginas, una urgente necesidad de abandonarlo todo. Y abandonar no solo implica irse sino dejar de ser

Por casi cada uno de los capítulos de La Vegetariana, se planta una idea que finalmente uno de sus personajes logra describir de manera explícita para su lector: “Sus movimientos parecían forcejeos para dejar de ser personas”, externa Inhye, la hermana. Razones para esta decisión pueden sobrar para algunos y faltar para otros; los motivos de Yeong-hye se albergan entre líneas, los de otros personajes apenas se dejan ver en diálogos internos. Pero todo apunta al cuestionamiento de la relación de la humanidad con la violencia. 

Huir de la humanidad, huir de la sociedad

A estas alturas, el nombre de Han Kang es bastante conocido y resonado. Y su razón, más allá de su reconocimiento con el Premio Nobel (que por sí solo sostiene un logro histórico), es y debería ser la habilidad de Kang en su prosa aparentemente tranquila), contraste de las violencias y horrores del temas que sus textos reflejan. 

Su tercera novela, La vegetariana, es una cadena de sucesos y temas que encuentran un balance para narrar la complejidad de las relaciones humanas, la tradición y los hábitos interconectados con sistemas y dinámicas de poder. 

Primero hay que saber que el relato parte del sueño de Yeong-hye, una joven en un matrimonio promedio y estable (según nos relata su esposo, Cheon, en primera persona). El sueño comienza a envolver sus noches; una pesadilla en realidad: visceral y sangrienta. Para Yeong-hye el proceder inmediato ante estas constantes imágenes violentas es vaciar su refrigerador y vetar todo rastro de carne en su cocina. Y una decisión sencilla bifurca reacciones y cambios drásticos en la dinámica de las vidas a su alrededor.  

Esta premisa y el propio título podrían llevar al lector o próximo lector a pensar en que, posiblemente, la historia se debatirá en el dilema ético del consumo de la carne y la inherente violencia que esta acción acarrea. Sin embargo, las capas de esta narración son profundas. No solo es la violencia más palpable sino la arraigada a nuestras rutinas y relaciones más íntimas; el yugo silencioso de un sistema vil. 

La cuestión entonces es, la humanidad y su violencia producto de estos sistemas, llamase capitalismo, patriarcado y colonialismo. La humanidad es un depredador en todos sus ámbitos. Y, en este sentido, si no se violenta, se deshumaniza; estos sistemas se encargan de cosificar y desproveer de los derechos más básicos del individuo. 

Para Yeognhye la solución más proxima es alejarse de esas estructuras, de esas tareas heredadas, del abuso, de la humanidad…en una acción apurada inicia rechazando la carne, vetando todo rastro de sus hábitos alimenticios anterior pero pronto no solo huye de sus pesadillas. Hay algo más. 

La conquista, la barbarie, la carne 

Antes de sus pesadillas, Yeognhye era una mujer “insulsa” a los ojos de su marido. Es él quien se encarga de describir sus acciones y dictar las anomalías que representa su decisión por inclinarse al vegetarianismo. Aquella irrupción en su rutina termina siendo una gran falta, una ofensa a su matrimonio, a su trabajo y a su persona. 

Pero la decisión de Yeognhye es inamovible. Ella ha tomado una postura y se ha convertido en la razón para detonar las acciones y pensamientos de los demás. Los papeles se invierten pues la determinación de Yeognhye representa un peligro para todos los esquemas y rituales de los que forman parte, regidos, entre muchas cosas, por el machismo y la misoginia. 

Así, la novela utiliza el recurso del vegetarianismo para decir algo más; Yeognhye es vista como objeto de consumo en una sociedad depredadora; es una mujer que se supone cumpliría con su rol tradicional de ama de casa y para satisfacer los deseos sexuales de su esposo. Es todo ello hasta que decide no serlo. 

Esta lógica parte de lo que históricamente, ha sido la relación de consumo de carne con la masculinidad, según lo expuesto en la crítica feminista y literaria. En La Política Sexual de la Carne, por ejemplo, se expone que el consumo de carne se asocia continuamente con la fuerza, la conquista y el poder, asimismo, instituidos como características del hombre. 

Es el hombre quien caza, conquista y consume. Es el hombre moderno quien busca, dicta y consume. El mismo esposo de Yeognhye declara en un principio haber “elegido” a su pareja por su aparente pasividad, para que esta llevará a cabo todas las tareas que una esposa “debe” acarrear. 

Intrínsecamente, hablamos también de la relación entre colonialismo y género en la novela. No solo se ve plasmado en la visión del marido de Yeognhye sobre ella, sino en la propia decisión de Yeognhye por abandonar la carne y, posteriormente, buscar transformarse en un árbol entre el bosque. Lejos de la sociedad, “la modernidad” y cualquier indicio de humanidad, entendida como sujetos violentos. Huir lejos de la conquista, el ultraje y la barbarie. 

Bien es cierto que hay que recordar que, en una entrevista para Literary Hub, Han Kang puntualizó que La vegetariana no es una  “denuncia singular contra el patriarcado coreano” pues su intención yacía principalmente en hablar y cuestionar ampliamente la violencia humana. No obstante, abordar una cosa implica la otra, porque los paradigmas que nos atañen están interconectados inevitablemente. No se puede hablar de patriarcado sin colonialismo, ni viceversa. Como la teórica y antropóloga, Rita Segato ha recalcado en sus diversos textos y trabajos, hablar del género es comprender el resto de las complejidades y problemáticas de nuestra sociedad moderna. 

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